Vídeo: Pablo Granero

BRAND VOICE – LAS 19.06

¿Se librará el Cabanyal de ser un parque temático para turistas?

Álex Serrano – 17/04/25

La gentrificación y los Airbnb amenazan con transformar un barrio que, históricamente, se ha contado entre los más genuinos de Valencia. Hablamos con diferentes agentes urbanos sobre el impacto, positivo y negativo, de esta actividad imparable

El sol se reclina sobre el barrio cuando, a eso de las 18.45 horas, una pareja de turistas, muy rubios y con los ojos muy azules, se detiene en la puerta de Mengem, en la calle Columbretes. Entran, pese al cartel de cerrado, y con decepción, se ven obligados a salir. Más tarde, a eso de las 20 horas, más allá del ventanal del restaurante, un grupo de tertulianos vemos como circula una familia compuesta por una mujer y dos niños pequeños que corretean a su alrededor. Desde dentro del restaurante, nos fijamos en la palma dorada que la madre porta en brazos, porque esto es el Cabanyal y el domingo es Domingo de Ramos. Son dos escenas que resumen el debate en el que se encuentra inmerso el barrio marinero de Valencia y que Habanero Magazine ha intentado resolver en una charla distendida, dentro del marco de los encuentros a las 19.06, que impulsa Cervezas 1906. Les adelantamos que no tenemos una solución para la encrucijada en la que se encuentra el entramado más cuadriculado de la ciudad, porque como todas las cosas que de verdad son interesantes en la vida, el futuro de los Poblados Marítimos está todavía por escribir. 

Intentamos hacerlo alrededor de una mesa y unas cervezas, que apuramos vecinos como Miguel Ortega, quien tiene un puesto en el Mercado del Cabanyal (Pescados Bianca) y otro en Mercader (Lujuria Marina); cronistas oficiosos como Vicent Molins, director de Agencia Districte, autor de Ciudad Clickbait y uno de los mejores conocedores de las entrañas de esa Valencia que no se acaba nunca; empresarios como Sergio Adelantado, arquitecto y expresidente de la Academia de Gastronomía de la Comunitat Valenciana; así como Javier de Andrés, director del grupo La Sucursal, actual gestor del edificio Veles e Vents; y hasta periodistas que están hartos de contar el bumbum del corazón del Cap i Casal, como Amparo Soria, de Levante-EMV, y este que les habla, Álex Serrano, redactor en Las Provincias y autor de este artículo para Habanero. Intentaremos, entre todos, arrojar algo de luz en un barrio que, seamos sinceros, todos esperábamos que hubiera protagonizado mucho más la vida de la ciudad en la última década.

Molins y Adelantado en Mengem. Foto: Pablo Granero

Primero que todo, ¿cómo es vivir en el Cabanyal? ¿Cómo es su día a día, más allá de las imágenes románticas que nos montamos los profanos cuando vemos amanecer sobre el Encuentro de los Cristos del Viernes Santo o cuando venimos al teatro o a la Fábrica de Hielo? Ortega, que vive y trabaja en el barrio, explica que no todo lo que reluce es oro: a veces es chatarra. «Aquí al lado hay un contenedor que han vaciado y lleva cuatro días sin que nadie lo retire. Al final la gente se queja del turista, sí, pero hay mucha gente que no vendría a vivir al barrio porque hay casas que están hechas polvo. «El propio Cabanyal es el que ha dejado tirado al Cabanyal«, cuenta. Añade que todavía hay problemas con la droga: «Lo veo todas las noches».

Obviamente, hay muchas cosas buenas en el barrio. Tantas que los turistas han venido en masa. Según el Sistema de Inteligencia Turística del Ayuntamiento de Valencia, en febrero se ofertaban en internet un total de 1.428 apartamentos en la zona, que dan un total de 5.591 plazas. En 2019, hace seis años, eran 1.033 viviendas donde se podían alojar 4.678 personas. El aumento, en poco más de un lustro, es del 38% y del 19%, respectivamente. El renacimiento de la Marina a principios de siglo al calor de la Copa América ha tenido mucho que ver. La Valencia que siempre ha crecido «alrededor del río», como recuerda de Andrés, comenzó lentamente a girarse hacia el mar, su mar. Y las búsquedas de Google desde Londres, Ámsterdam o Estocolmo también.

«El propio Cabanyal es el que ha dejado tirado al Cabanyal»

Así las cosas, ¿estamos a tiempo de evitar su transformación? ¿Pueden Reina, Progreso, Mediterráneo o Padre Luis Navarro librarse del mordisco del murciélago del turismo, que ha convertido Ciutat Vella en un centro histórico casi indistinguible al de otras ciudades mediterráneas? Molins cree que sí. «Aún estamos a tiempo, el Cabanyal es un laboratorio increíble para ver el efecto que tiene el turismo en un barrio», asegura: «Es un modelo de éxito». Hay cierto consenso al respecto entre los tertulianos de la mesa, aunque Soria insiste en que un barrio donde no pueden vivir «los de aquí», en una expresión que cae sobre la conversación como una piedra en medio de un lago, no se puede tildar de éxito. «Los hosteleros se fijan cada vez más en el Cabanyal, y eso es buena señal», tercia de Andrés, pero recuerda: «Los turistas van más rápido que la Administración»

De nuevo, un consenso: las administraciones llegan tarde. Las mismas que en 2015 prometieron un futuro esperanzador a este barrio, pero que luego llegaron, metafóricamente, a la vara de mando a bordo de las excavadoras que querían terminar con su trama urbana. Vuelven a intervenir demasiado tarde, cuando, parece, todo está perdido en materia de explosión turística. «Las administraciones tienen que regular aspectos como la vivienda para que los vecinos puedan habitar estas calles», dice Adelantado. Molins explica que en el barrio «todo ha pasado muy rápido». «El éxito del Cabanyal es el éxito de cualquier barrio al lado del mar. Es un barrio genuino: ante tantas zonas que son iguales, el Cabanyal ofrece algo diferente. La pregunta es hasta cuándo. El debate de si Valencia será turística es de ayer. Hemos pasado de 4 a 12 millones de turistas en seis años», cuenta. Ortega le da la razón. Él, tan metido en el día a día del Cabanyal que tendrá que irse antes de la conversación pues tiene cena en la Corporación de Granaderos de la Virgen, recuerda que quienes visitan los restaurantes del barrio «son sobre todo turistas». 

El debate en torno al Barrio Marinero. Foto: Pablo Granero

¿Es eso malo? No para de Andrés, que diariamente atiende a muchos de ellos en sus restaurantes. «La situación del barrio ha sido peor en el pasado. Ya no hay que defenderlo, ahora se defiende solo», opina. Soria tercia que ahora lo que hay que hacer es «cuidarlo». En ese cuidado aparece el tema de la pérdida de comercio tradicional, que Molins resume en «el cierre de mercerías», si bien aclara que no le parece un problema, «simplemente los bajos ahora pueden ser otra cosa», indica, y lanza un mensaje esperanzador: «Todavía hay margen para elegir qué tipo de turismo queremos ser». De Andrés asiente: para él, la ciudad está «a tiempo de elegir». Si quiere un turismo gastronómico, habrá que tener la garantía de que se puede comer una buena titaina en cualquier restaurante del Cabanyal, digo yo. El resto de comensales no están de acuerdo, pero sí hablan de recuperar cuestiones como ir al mercado. 

«Podemos caminar hacia una ciudad multicentro, que diversifique el turismo entre distintos barrios»

«Al Mercat Central, por ejemplo, los clientes van sólo a hacerse fotos», explica Ortega. Soria recuerda que es una cuestión económica y de modelo de trabajo: «Si llego a las 20 horas a casa, no me da tiempo a ir al mercado. Tiene que ver con el tipo de vida y horarios que tenemos hoy en día. Al final, cocinar se ha convertido en un capricho». Pero más allá de la cocina del día a día, en el Cabanyal hay una vieja tradición de tabernas que se mantiene con el paso del tiempo. Lo explica de Andrés: «La hostelería triunfa en el Cabanyal porque los barrios marineros son barrios donde se celebra mucho la vida. Salían a pescar y no sabían cuándo iban a volver». Cita a Sorolla cuando decía aquello de «y luego dicen que el pescado es caro». «Cuando cobraban lo celebraban en las tabernas. Hay una tradición tabernera que ahora se está recuperando», desliza. Ahí están Casa Montaña, que se lleva elogios en la mesa, y Anyora. 

La pregunta, una de tantas, es si el barrio del Cabanyal puede aunar turismo y vida cotidiana. La mesa se divide entre quienes ven esperanza en el futuro y quienes creen que nos hemos rendido demasiado pronto, entregando las llaves de nuestros barrios a las cafeterías de especialidad y las consignas para guardar equipaje. «La sociedad ha cambiado, me gustaría que fuera de otra manera, pero todo ha cambiado», remacha Molins, mientras De Andrés llama a caminar hacia «una ciudad multicentro», que permita diversificar el turismo y repartirlo de forma que no genere problemas en determinados enclaves, como ha pasado en Ciutat Vella (u Old Town, dependiendo de a quién le preguntes). Esos visitantes que querían cenar a las 19 horas y la familia que volvía a casa con la palma para el Domingo de Ramos parecen habernos demostrado que, en esta villa de casas pequeñas que otean el mar en busca de barcas de pescadores que ya no llegan, la coexistencia se ha logrado hasta ahora. Podría no ser así en el futuro. Demos gracias por los pequeños triunfos y las cervezas frías.

 

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