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BRAND VOICE – Memorias de Taormina

Capítulo 2: Carreteras secundarias

Redacción – 17/04/25

Sicilia es la quintaesencia del dolce far niente. Allí, la belleza, el amor, el arte y la vida desenfadada confluyen en las calles y las casas. En las camas y las mesas. Si de algo sabe la Mamma Pazzo, precisamente es de hedonismo, así que me dediqué a recorrer la isla junto a ella. Así es como surgió este relato

Tras una serie de sucesos posteriores a aquel primer encuentro con la Pazzo -que tampoco viene al caso reseñar-, nos hicimos relativamente íntimos y mantuvimos una relación, digamos, estrecha. Si es que se puede decir así, ya que la Pazzo no tenía amici, ella tenía fieles, admiradores, siervos y abnegados, entre los que evidentemente me incluía. Por eso, que me prestara tanta atención durante aquellas semanas resultaba de lo más estimulante para mi ego. Durante ese tiempo, visitamos todos y cada uno de los bares, cafés y trattorias de Taormina, hasta que finalmente me dijo: «Caro, ¿y si recorremos la isla? Io voglio mostrarti la vera Sicilia».

Esa noche no pude dormir. Me la pasé imaginando cientos de situaciones, cada cual más inverosímil y extravagante, en las que nos veríamos inmersos. Creo que algo conocía de la naturaleza salvaje e indómita de Mamma Pazzo, y no erraba al plantear los escenarios más rocambolescos. Al alba, salimos de Taormina, lugar que, como ya comenté en mis anteriores crónicas, vive dedicado al hedonismo, a la rotundidad del Mediterráneo y a las costumbres más atávicas, con un Alfa Romeo Spider Veloce rojo. La Mamma llevaba las gafas de sol puestas, y un pañuelo de seda le cubría la cabeza. «Buongiorno bello», me dijo quitándoselas, para enseñarme sus enormes ojos. Poseía la misma mirada felina que Ava Gadner, pensé, pero el brillo de sus ojos resulta mucho más cautivador.

Dejé mi bolsa en la parte trasera del deportivo. Sobre los asientos de cuero color terracota, reposaba un bolso Emilio Pucci de piel granate y unos stiletto dorados de Sergio Rossi. ¿Iba a conducir descalza? Evidentemente lo haría. Me senté en el asiento de copiloto y me dio un beso frugal en la mejilla. De repente gritó «andiamo», conectó la radio  y se dispuso a acelerar. Sonaba Mi sei scoppiato dentro il cuore, de Mina. Queríamos visitar las islas Eólicas para terminar en Cefalú. Nos dirigimos hacia Naxos, y de ahí a Gaggi. Cruzamos carreteras secundarias siguiendo el curso del Río Alcantara y, cuando llegamos a Le Gurne dell´Alcantara, la Pazzo dejó el Alfa Romeo a un lado de la carretera. Descorchó un vino del Etna Rosso de Calderara Sottana. Y dijo: «Questa è la vigna di Don Peppino». Se levantó del asiento, la brisa rozó su piel y empezó a cantar. Sarà perchè mi hai guardato. Come nessuno m’ha guardato mai. Mi sento viva. All´mprovviso per te.

Tras aquella parada, la Pazzo elevó otra orden: «Ahora iremos hacia Milazzo, donde cogeremos el ferry per le isole». El camino por la carretera serpenteante era apacible y evocador. Circulábamos a velocidad de crucero, entre pinos y chicharras. Pronto alcanzamos el parque de Sella Madrazzi, donde la Pazzo me señaló un peñón: «Questa è la Rocca di Novara». Tras volver a la Vía Provinciale, continuamos el camino del Torrente Ruzzolino, y finalmente llegamos a la carretera estatal hasta Milazzo. Una vez allí, nos dirigimos hacia el puerto, no sin antes hacer una pequeña parada para comer algo. En la vía G. Cassisi de Milazzo, frente al muelle en el que embarcaríamos unas horas después, se encontraba Doppio Gusto. Un restaurante en el que por aquel entonces cocinaba, como no, otro amigo de la Mamma Pazzo: Sergio Paolini.

«Comeremos spaghetti allá chitarra con anchoas al estilo siciliano con piñones, pasas y cítricos», constató tras mirar la carta. El plato era fantástico, cremoso, pleno en matices y sabores. Orgásmico. La pasta al dente, sensacional. «Sergio es un cocinero maravilloso», exclamé. La Mamma me miró y sonrió. No lo sabía, pero más tarde descubrí que Sergio Paolini seguía una tradición culinaria que bebía de la cocina de la Pazzo. Si de algo se hablaba en la Sicilia, era de un recetario centenario. De una tradición gastronómica que iba desde la pasta con le seppie a la pasta a la Norma, pasando, evidentemente por la carbonara y la impanata a la Messinese. Si nos centramos en el apartado dulce, no podemos dejar de mencionar la cassata siciliana, los sorbettos de nieve del Etna o el cannoli ripieni di Ricota.

De ese recetario, todos los lugareños coincidían en que los platos de la Mamma Pazzo, eran sin ningún tipo duda, los que mejor reflejaban la cocina del Sur de Italia. Sergio era uno de sus mejores discípulos, pero yo no dejaba de pensar cuándo podría probar alguna de las delicias hechas por la Pazzo.

Decidimos coger el primer ferry de la tarde camino a Vulcano. Durante una semana visitaríamos las diversas islas del archipiélago: Lipari, Salina, Alicudi, Filicuri y cómo no, Stromboli. Cada isla tenía su propio carácter, desde la riqueza en piedra pómez de Lipari, con sus canteras enormes y la obsidiana volcánica, pesada densa y vítrea; hasta las vides y bosques del fértil suelo volcánico de Salina, los acantilados formados por la lava en Vulcano, la belleza nostálgica de las casitas encaladas con terrazas de las minúsculas Alicudi y Filicuri, p la incandescencia nocturna del volcán activo durante más de dos mil años de Stromboli. Aquí, visitamos a Marco Ferreti, otro conocido de la Pazzo que nos llevó a comer alcachofa con pesto siciliano, huevo y jamón. La alcachofa era crujiente y estaba confitada en aceite de oliva con huevo pochado, virutas de jamón serrano y pesto siciliano.

Fue entonces cuando me di cuenta de que algo debía de estar pasando. Tanto trasiego, ese recorrido espontáneo por el país, ¿de verdad respondía a un impulso hedonista? ¿A un afán desinteresado por mostrarme la riqueza de su tierra? ¿Acaso no estaría la Mamma huyendo de algo, con premura y disimulo al mismo tiempo, como solo ella sabía hacer? ¿No sería yo su acompañante improvisado en una persecución delirante donde ella era el objeto de deseo? Todo esto se arremolinaba en mi cabeza, aturdida por los efectos del vino, mientras la Pazzo mantenía su constante revoloteo. Aparecía y desaparecía del salón, mientras yo intentaba mantener la coherencia en la charla con Marco. Un intenso debate sobre las especies marinas que habitaban las aguas cristalinas del Tirreno.

«¿Alguien quiere un poco de Tiramisú?», preguntó la Pazzo. ¡Ah, questa donna! Extravagante, apasionada, sospechosa y desconcertante, pero también dolce, molto dolce. La Pazzo siempre guardaba un hueco para el final, especialmente cuando era ella la que preparaba los dolci fatti in casa. Por fi,  llegó el momento que tanto ansiaba, ese del que tanto había oído hablar. «Nadie que haya entrado nella sua casa en Taormina se ha marchado sin probar su receta clásica de tiramisú y la tarta de queso e pistacchio» me dijo Ferreti. Mientras dejábamos los cubiertos exhaustos encima del plato, la Pazzo se alzó una copa de grappa en la mano, subió la música que sonaba en aquel viejo transistor y exclamó: «Nessuno si muova senza provare il tiramisù«.

 

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