
Champagne y risketos. Foto: Mikel Ponce
GASTRONOMÍA – MANUAL DEL GLÚ-GLÚ
Tanino Divino – 19/06/2025
¿Qué pasa si combinamos algunos ejemplos de comida rápida con algunos de los vinos más legendarios del mundo? Al igual que en Tinder, de las parejas más raras han salido grandes historias
Si habéis visto la película Entre copas (Sideways), seguro que recordaréis aquella inolvidable escena en la que Miles, interpretado magistralmente por Paul Giamatti, decide abrir su venerado Cheval Blanc 1961 en una cadena de comida rápida, servido en un vaso de cartón. Una imagen tan absurda como poderosa, que nos recuerda que no hacen falta ocasiones perfectas ni comidas excepcionales para disfrutar de un vino extraordinario.
A veces, me siento un poco como Miles y echo mano del infalible, de ese venenoso pero fiel compañero, que siempre está ahí cuando lo necesitas: el glutamato monosódico, E621 para los amigos. No os voy a mentir, tenía un montón de ganas de escribir este artículo. Estoy un poco harto de lo canónico, hay vida más allá de los binomios clásicos. De beber espumoso únicamente en celebraciones (si es en copa de flauta, ya lo petas).
Así que hoy vamos a romper moldes y desafiar las normas del maridaje clásico. Porque, ¿qué pasa si combinamos algunos ejemplos de comida rápida con algunos de los vinos más legendarios del mundo? Vamos a descubrirlo.
Barolo y Kebab
Me he unido a la moda del incipiente mundo del kebab gourmet (oxímoron). Me encontraréis en ese barco. Mi favorito es el clásico Dürüm, pero que no me engañen con el verde. Lo quiero a tope de carne mixta, salsa blanca y remordimientos, que chorree de todo. Gochismo elevado a su máximo exponente.
Esta maravilla, en cualquiera de sus formas y sabores, casa de manera perfecta con un Barolo. Para los despistados, hablamos de unos vinos tintos italianos, procedentes del Piamonte y elaborados con la variedad Nebbiolo. Estos vinos tienen una acidez brillante y una alta carga tánica, actuando como un limpiador frente a la alta grasa y especias del kebab. Un buen barolazo eleva esta combinación a otro nivel, creando un choque fascinante entre lo sublime y lo decadente

Boroli Barolo en Castiglione Falletto. Foto: Piamonte Bodegas
Champagne y Risketos
No existe mayor placer culpable que abrirme una bolsa de Risketos, me vuelven loco. No hay otro snack en el mercado con un sabor que se le parezca. Ha sabido ganarse su lugar gracias a su inconfundible sabor a queso y a esos dedos pulgar e índice inevitablemente teñidos de naranja.
Pues bien, esta maravilla de la ciencia sólo podría funcionar con la perfección líquida: el champagne (¿qué no funciona con champagne?). La burbuja fina y la acidez del espumoso hacen de agente cortante de la grasa y la textura crujiente, limpiando el paladar en busca del siguiente bocado. Coger la copa de vino (insisto, no more flautas) con los dedos manchados de naranja me hace sentir esnob, pero mundano. Estoy forrado, pero no he olvidado mis orígenes. También aplicable a otros snacks similares con base de queso, estilo Cheetos. Cuidado que engancha. No será que no os lo avisé.

Champagne con Cheetos. Foto: Mikel Ponce
Borgoña tinto y Big Mac
No voy a hablaros de monstruosidades repletas de quesos, salsas, panes de donuts, doritos y demás excentricidades imposibles de comer y, mucho menos, maridar. En lo referente al mundo hamburguesa, me considero un poco pollavieja, para qué negarlo. Así que voy a hacer referencia a un clásico atemporal, la hamburguesa más icónica de todos los tiempos: el Big Mac.
«Una de las señas de identidad del vino tinto de Borgoña es su inconfundible carácter terroso y sus aromas de frutos rojos. Ese perfil tan particular se integra con la salsa especial del Big Mac».
Hablamos de dos hamburguesas de carne de ternera, salsa especial, lechuga, queso, pepinillos y cebolla en un pan con semillas de sésamo. Así de simple. En conjunto, es cremosa y ligeramente ácida, con un toque dulce, gracias a su adictiva salsa, que compensa la sequedad de la carne. Esa grasa y el sabor de las semillas de sésamo piden un acompañante con mayor acidez y un ligero toque de taninos. Esto es, un Borgoña tinto.
Una de las señas de identidad del vino tinto de Borgoña es su inconfundible carácter terroso y sus aromas de frutos rojos. Ese perfil tan particular se integra con la salsa especial del Big Mac. Su suavidad y fluidez actúan como un limpiador del paladar, equilibrando la grasa de la carne y el queso, mientras que los pepinillos aportan un contrapunto ácido, que realza aún más el carácter afrutado del vino. Qué hambre me está entrando. I´m lovin´it.
Oreos y Cream Sherry
Con este último maridaje vengo a volaros un poco la mente. Ya sé que pensáis que lo único que va bien con una Oreo (o seis) es un vaso de leche, probablemente con el clásico método de girar y mojar. Yo también lo pensaba, hasta que las probé con una copa de jerez. Flipad.
Los vinos generosos están de moda, y yo que me alegro. Finos, olororos, amontillados… A todos nos suenan. Pero hay uno en concreto con nombre de jarabe de la tos: Cream Sherry. Pues bien, es el acompañante perfecto para las Oreo. Nos encontramos ante un vino semidulce, que resulta de la mezcla de oloroso con dulce de Pedro Ximénez. No lleva crema de verdad, y se llama así porque es un poco más espeso que el jerez normal.
Tiene un color caoba oscuro y un sabor dulce, pero sin empalagar. Y con el relleno dulce y la galleta de chocolate de la Oreo es magia pura. Y si puedes mojarla en el vino, mejor. De hecho, os lo recomiendo encarecidamente.
La imaginación es el límite. El maridaje no es una ciencia exacta, es más bien como Tinder para la comida y el vino. De las parejas más raras han salido grandes historias. El buen vino no necesita caviar para brillar, a veces basta con unos Risketos y mucha actitud. No hay reglas inquebrantables, sólo combinaciones por descubrir y prejuicios por desmontar. La mejor combinación es la que te recuerda que el placer está en lo simple, en lo inesperado, en lo auténtico. Así que ya sabéis: acordaos de Miles cuando estéis de bajón y os abráis un vinazo con la comida más guarra del mundo.
Y si no habéis visto Entre copas, ya estáis tardando.