Vídeo: Pablo Granero

BRAND VOICE – LAS 19.06

La mística de los afectos en la sociedad de las prisas, la digitalización y el «delivery»

Patricia Moreno – 13/11/2025

En una nueva entrega del ciclo Las 19:06, cuatro voces –una psicóloga, una relaciones públicas, una experta en música y un dinamizador social– se reúnen en el restaurante Doña Petrona para reflexionar sobre cómo nos vinculamos hoy: entre la prisa y la ternura, la autoexigencia y el deseo de bienestar, el cuidado propio y el ajeno

Martes, con la calle oscureciendo tras el reciente cambio horario, en ese crepúsculo urbano en el que la luz solar se retira y aún no ha empezado el alumbrado nocturno. La cita era a pocos pasos del Mercado de Ruzafa, en ese barrio valenciano que libra su particular pulso entre los vecinos de toda la vida, la generación millennial que impulsó la inevitable gentrificación y su consecuencia más visible: el último boom turístico, que se manifiesta en los bajos convertidos en apartamentos a cada paso. Un contexto más que propicio para el tema que nos ocupaba: los afectos contemporáneos. Por suerte, el restaurante que nos acogía era el siempre cálido Doña Petrona, de Germán Carrizo y Carito Lourenço. Allí, en una mesa alargada junto al ventanal, comenzaba puntual una nueva entrega del ciclo de tertulias Las 19:06 de Habanero Magazine.

Para la ocasión, Doña Petrona preparó un menú que nos ofreció un recorrido por sus grandes éxitos: olivas Gordal con chimichurri como aperitivo, seguidas de croquetas de pollo con un toque de curry, patatas bravas con salsa de chiles y sus icónicas empanadas mendocinas. La cena concluyó con una torrija de horchata y fartons, para recordar, después de mil idas y venidas fruto de la divagación, dónde estábamos. Todo, con La Milnueve bien a mano y mucho que poner en común: la conversación se prolongó casi tres horas.

Hablar de los afectos en 2025 entraña un riesgo: el de convertirse en una gesta performática. Es, al mismo tiempo, una muestra más de esa naturalidad casi inevitable con la que hoy (por fin, por otra parte) la sociedad aborda las emociones, la salud mental y los cuidados; y un continuo aprendizaje para habitar lugares profundos –y a menudo incómodos– entre amigos, colegas o semidesconocidos. Si había que intentarlo, que sea en un third space como es un restaurante, con la cerveza corriendo a gusto.

Para desgranar el asunto, los nombres elegidos fueron Sandra Bódalo, periodista, relaciones públicas y columnista de citas en Habanero Magazine; Paula Costa, psicóloga conocida como La terapeuta millennial y autora del pódcast No eres especial; Housni Arjoune, cofundador del colectivo Thrifted Saturdays Club; e Irene Herreras, gestora cultural especializada en música, arte y gastronomía. Son, de una forma u otra, profesionales de lo intangible: la conexión entre personas, la comunicación y la creatividad, y, por ende, los relatos que dan visibilidad y movimiento a las redes de afecto.

Queriendo sin pretender cambiar. Foto: Pablo Granero

La aceptación como punto de partida

En la era de la prisa, la hiperdigitalización y el home delivery, la conversación se abrió con una pregunta: ¿de qué hablamos cuando hablamos de afectos? La primera en ofrecer su punto de vista fue Costa, que apuntó a la génesis: la aceptación incondicional, no solo hacia los demás, sino también hacia uno mismo. Se habló de querer sin pretender cambiar al otro, de aceptar incluso lo que no encaja en nuestras expectativas: la hija que no sigue el linaje familiar, el amigo que se aleja, la pareja que no coincide con el ideal.

Hablando del amor propio, Sandra Bódalo insistió en la importancia de cuidarse, especialmente en quienes tienden a cuidar siempre a los demás. Se desprendió una idea compartida: nos obsesiona alcanzar un bienestar emocional absoluto. A esto, La terapeuta millennial sumó una reflexión: a veces pensamos que para querer a otros debemos primero querernos del todo, pero no es necesario estar «completas» para dar o recibir afecto. «El amor no espera a que llegues a tu versión final», transmitió.

En cuanto a la construcción de una zona de confort emocional, Irene Herreras reivindicó la amistad frente a los vínculos heredados. Su mayor descubrimiento, dijo, había sido entender la importancia de los amigos y la necesidad de dejar ir a quienes ya no suman. «Hacemos duelo por las relaciones que no tenemos, en lugar de cuidar las que sí existen«, admitió. Costa coincidió en que quizá amar también sea aprender a soltar sin culpas, aceptar que algunas personas siguen en nuestra vida de otro modo.

«Quizá amar también sea aprender a soltar sin culpas»

Para ampliar la mirada más allá del marco occidental, Housni Arjoune introdujo la dimensión cultural. En entornos más tradicionales, señaló, la familia ocupa un lugar sagrado, y a veces eso genera culpa cuando queremos priorizar nuestra independencia o nuestros propios vínculos. Costa completó la idea: a veces la familia no es ese espacio seguro que se da por hecho. «Hay familias donde el afecto se retira como castigo, donde crecemos aprendiendo que el amor se gana con obediencia. El mandato cultural se hereda, y aunque ya no creamos en él, seguimos negociando con su sombra», arrojó la psicóloga.

Surgió la cuestión de los espacios seguros, a lo que Irene Herreras aportó la mirada del ámbito cultural: en los entornos progresistas parece que hay mayores cuidados, «pero el patriarcado también está ahí, solo que disfrazado de conciencia». Y esto puede reflejarse en el trato o, en el peor escenario, en situaciones abusivas.

El poliamor taémbin es convencional. Foto: Pablo Granero

También se abordaron las estructuras disidentes al modelo monógamo convencional. Las relaciones no monógamas, dijo Costa, están ganando visibilidad, pero también traen consigo mucha confusión. Abrir una relación no significa hacer lo que uno quiera, sino que exige aprender a comunicar y establecer límites. En su experiencia como psicóloga, ha observado una dimensión de género en las relaciones heterosexuales que desean explorar otras maneras de vincularse: las mujeres suelen llegar a estas relaciones más preparadas emocionalmente, mientras muchos hombres reproducen patrones de poder o competitividad. «Incluso en el poliamor, persiste el ego masculino», precisaba. En esta clase de vínculos, se concluyó, el trabajo emocional es mayor: una relación abierta exige revisar constantemente acuerdos, límites y emociones.

 

Citas como entrevistas de trabajo

Con su habitual sentido del humor, Sandra Bódalo hizo un retrato del panorama sentimental actual para una mujer soltera. Las citas, lamentó, se parecen más a una entrevista de trabajo que a otra cosa. A partir de ahí se habló del cansancio emocional, de la ardua tarea de encontrar perfiles interesantes a cierta edad (lo que abundan, dijo con sorna, son «pares sueltos en rebajas») y de la dificultad para encontrar conexiones auténticas.

Otra realidad que atraviesa todos los vínculos es la precariedad laboral. La dependencia de una economía frágil nos vuelve vulnerables y muy dependientes del trabajo, lo que dificulta establecer límites. Incluso cuando se es autónoma. La inmediatez del correo electrónico, los mensajes de WhatsApp o Instagram y la exigencia de disponibilidad constante invaden los espacios de descanso, erosionando los cuidados propios y ajenos. También ocurre, en estas profesiones, que la vida profesional y la personal se diluyen fácilmente, reforzando lo anterior.

 

«La inmediatez del correo electrónico, los mensajes de WhatsApp o Instagram y la exigencia de disponibilidad constante invaden los espacios de descanso»

 

Al acercarse el final del encuentro, se tomó conciencia de la situación que nos ocupaba, hasta enarbolar una defensa compartida de comer y beber como placeres dionisíacos, sí, pero también como parte de la profesión. Sandra, Irene y Housni tienen integrada en su día a día la asistencia, como profesionales, a eventos, festivales de música o experiencias gastronómicas. Muchos reconocieron la dificultad de disfrutar sin culpa. A ello, Costa añadió la paradoja de su oficio: está bien visto recetar ansiolíticos, pero no compartir una cerveza. ¿Conclusión? Existe una moral selectiva sobre qué estados alterados resultan aceptables.

Para terminar, junto a una última ronda de cerveza, llegó una ronda de deseos. O, mejor dicho, de afectos a reivindicar. Se habló del derecho a la pataleta, a enfadarse sin culpa y expresar el malestar sin miedo a resultar inadecuado. De llorar, sin esconder la emoción ni medir su intensidad; de aceptar la tristeza como una parte natural del proceso humano. De cuidar el silencio, de poder callar sin que ese gesto se confunda con frialdad o distancia. Y, por supuesto, de la empatía, entendida no como sobreimplicación, sino como la capacidad de comprender al otro sin perder el propio centro. Así, con honestidad, se dio con la gran cuestión: las formas de afecto que anhelamos definen también nuestra manera de vincularnos hoy.

 

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