
La Estrecha, Bodegas Ponce. Foto: Mikel Ponce
GASTRONOMÍA – MANUAL DEL GLÚ-GLÚ
Tanino Divino – 27/03/25
Nombres de vinos, ¿cuándo nos volvimos locos?
El naming es la estrategia de dar nombre comercial a un producto o marca pero, por lo que sea, a las bodegas se les ha ido de las manos
¿Cuántas veces te has encontrado frente a un vino con nombre peculiar? Estás delante de ese extenso lineal de supermercado sin saber qué beber, y piensas: «¿Voy a lo seguro? ¿Quizás deba probar algo nuevo?». Pero de repente, tu vista se detiene en esa extraña etiqueta: «Qué nombre más gracioso». Te acercas y coges la botella. Le das la vuelta, lees lo que pone. No entiendes gran cosa, así que vuelves a revisar el nombre. Y otra vez, sonríes: «Oye, ¿por qué no? No tiene mala pinta, ¿esto estará bueno?». Pues ya te contesto yo: seguramente, no.
Los consumidores esporádicos de esta bebida pueden llegar a creer que existe una relación directa entre el nombre de un vino y su calidad. Lo cierto es que revela mucho sobre la filosofía y el cuidado que la bodega pone en su producto. Muchos productores son poco amigos del marketing, y prefieren nombres clásicos y románticos, referidos al viñedo o a su familia. Otros son más atrevidos, y apuestan por opciones más divertidas. El problema es que hay una delgada línea entre el atrevimiento y la vulgaridad. Por ello, hoy venimos a hablar de dos categorías bien diferenciadas dentro de estos vinos excéntricos.
En primer lugar, están esas botellas cuyo naming es mero cachondeo, sin otro propósito que el de provocar un what the fuck en el consumidor. Nombres creados para intentar llenar un vacío, provocado por la ausencia de algo más que lo sostenga. Buscan captar la atención del no iniciado, que probablemente sacará una foto de la etiqueta y la compartirá en redes para que todos nos echemos unas risas. Por diversión, repasemos algunos de estos nombres:
– Cojón de Gato. Este vino tinto, elaborado en la región aragonesa de Somontano, debe su peculiar nombre a una variedad de uva casi extinta utilizada en su elaboración. La variedad toma tan característico nombre por su supuesta semejanza a los testículos felinos. El contenido es un poco como si te hubieran pegado una patada en ellos.
– Le Vin de Merde. Estamos frente a un vino francés producido en la región de Languedoc-Roussillon, al sur del país. Su nombre, que significa literalmente «El Vino de Mierda», es una ironía hacia las críticas negativas que las botellas de la región han recibido históricamente. Su elaborador, Jean-Marc Speziale, intenta desmontar prejuicios al respecto. Creo que, en su lugar, ha logrado el nombre más literal de la historia.
– Fat Bastard. Sin salir del Languedoc-Roussillon, este vino surgió de una broma entre su elaborador, Thierry Boudinaud, y el importador, Guy Anderson. Durante una cata, Boudinaud exclamó «Now that is what you call a fat bastard!». Fue tras probar un lote experimental de Chardonnay que había permanecido más tiempo en contacto con las levaduras, lo que le dio un sabor muy intenso y corpulento. Lo cierto es que hay que ser un poco cabrón para vender algo así.
– Naked Winery. En esta ocasión, no hablamos de una única referencia, sino de un ecosistema vínico sexual. Esta bodega estadounidense tiene referencias tales como Penetration, Oh! Orgasmic o Booty Call. Vamos, lo que viene siendo un adalid del buen gusto y el refinamiento. En 2022 tuvieron que cambiar el nombre a Evoke Winery para evitar mayores problemas. Ya sabemos el puritanismo que se gasta el país con mayor consumo de pornografía en el mundo.

Fat Bastard. Foto: Habanero
Por otro lado, encontramos esos proyectos más serios que, a pesar de tener un nombre curioso y divertido, responden a una elaborada explicación. Huyen de la obscenidad, y más allá de vulgarizar sus referencias con una denominación de lo más excéntrica, construyen una narrativa en torno a una causa justificada. Detrás hay un enorme tiempo y esfuerzo dedicado a la parte enológica -se nos olvida que, al final, esta movida va de eso-. Persiguen un producto de calidad y que la peña beba bien. Y si tienen un nombre sugerente, pues mejor:
– Soffocone Di Vincigliata. La traducción viene a ser algo así como «mamada en el viñedo». Según afirma su elaborador, Bibi Graetz, la parcela de la que se obtiene el vino, Vincigliata, es uno de los lugares favoritos de los jóvenes florentinos para realizar el soffocone, término coloquial para referirse a la felación. El vino fue prohibido en Estados Unidos debido a la interpretación de su etiqueta como contenido sexual. Sin embargo, una versión revisada fue aprobada para su importación. Tiene nombre divertido, pero este vino toscano no es ninguna broma.
– El Hombre Bala. En el centro de la Península Ibérica, concretamente en la Sierra de Gredos, los chicos de Comando G fueron pioneros en elaborar otro estilo de garnachas, más frescas y golosas. La etiqueta de El Hombre Bala hace referencia a la valentía y la destreza necesarias para lanzarse al mundo del vino con una propuesta tan singular. La verdad es que hay que ser muy valiente para arriesgar tanto, en una zona antaño denostada. Bravo por ellos.
– Sentada sobre la Bestia. Estamos ante una bodega valenciana que ha demostrado que, con un nombre curioso y unas etiquetas excéntricas, se pueden elaborar buenos vinos. Se llama Fil.loxera & Cia, como la plaga de filoxera que cambió radicalmente el vino hace más de 100 años, pues a la postre, este proyecto ha cambiado sus vidas. Sus etiquetas un tanto siniestras parecen formar parte de una saga de películas de serie B. El caso es que, a pesar de que ellos asocien referencias bíblicas y circenses a sus vinos, hay que reconocer un gran trabajo enológico detrás.

Gallinas y Focas. Foto: Habanero
– Gallinas y Focas. La bodega mallorquina 4 Kilos, cuyo nombre hace referencia a la cantidad (en pesetas) que hizo falta para inaugurar el proyecto, cuenta con referencias hilarantes y una gran historia detrás. Su Gallinas y Focas es fruto de un brainstorming entre la propia bodega y la organización Esment, que trabaja en favor de personas con discapacidad intelectual. Atiende a la sencilla razón de que las gallinas son divertidas, y las focas aplauden. Son ellos los que también diseñan las etiquetas. Un tremendo ejercicio humano, y además, un auténtico vinazo.
– La Estrecha. Más de un cuñado hará de las suyas con este nombre. Nos trasladamos ahora a la Manchuela, donde Juan Antonio Ponce elabora las mejores bobales del país. El nombre de este vino hace alusión a la estrechez del viñedo del que proviene, con una densidad de 1.700 cepas por hectárea, cuando lo normal es no tener más de 1.100. Estrecho o ancho, lo que sabemos es que el resultado tiene una elegancia desconocida para la zona hasta la fecha. Una de las bodegas con mayor relación calidad-precio de España. Así de claro.
En definitiva, no sabemos muy bien qué estrategia guía a los productores. A muchos les vendría bien revisitar su marketing, de eso no cabe duda. En lo referente a los nombres, algunos son acertados y otros, un disparate. Pero juzgar un vino por su etiqueta es como juzgar un libro por su portada. Abrir, beber y descubrir; no hay otra. A veces, acertaréis y otras muchas, no. Pero ahí está lo divertido. Por mucho que abráis una botella de prosecco Follador, dudo que os convirtáis de la noche a la mañana en Julio Iglesias.