Las mentiras gastronómicas. Foto: Mikel Ponce

LIFESTYLE – PUENTE AÉREO MAD

Fake news: la gastronomía también se inventa historias

Sarah Serrano Pino – 19/06/25

En gastronomía también se miente. A veces por error, a veces por interés. Del Da Vinci chef a espinacas con superpoderes, repasamos algunas de las fake news más cocinadas del sector

La mentira histórica: de Da Vinci a Sor Juana

Quizás el primero de los bulos que me viene a la cabeza en el territorio gastronómico sea el libro de cocina de Leonardo Da Vinci. Una broma en forma de publicación que se fue de las manos y acabó por hacer creer a más de uno que esta figura del Renacimiento había inventado el tenedor o una especie de gramófono para hacer filetes. Sus autores, Shelagh y Jonathan Routh, se divirtieron escribiendo toda clase de disparates que, al materializarse en un libro, quedaban automáticamente autorizados. Porque ¿quién va a dudar de un libro lleno de referencias a un tal Codex Romanoff y escrito por dos historiadores británicos? A los Routh les pareció que el lector encontraría evidente la sarta de mentiras, pero todavía es fácil toparse con tuits o noticias sobre la supuesta afición de Da Vinci por la cocina.

Sor Juana Inés de la Cruz también se ha visto envuelta en algo parecido. Se le atribuye la autoría de un cuaderno de recetas que fue encontrado en el convento de San Jerónimo en Ciudad de México. Muchos son los artículos académicos que recalcan que es probable que no fuese la monja quien escribió las recetas. Tantos como intereses hay en seguir comunicando que sí. Porque La Décima Musa vende, y prueba de ello es que tiene hasta una serie en Netflix. Es la figura perfecta para maridar cultura y cocina. Si se puede convertir en autora de recetas, mejor. Poco importa la verdad cuando el relato es jugoso.

En realidad las fake news siempre han existido. Hay ejemplos de ese tipo de noticias falsas que se difundían con el fin de influir en el comportamiento de una comunidad desde la antigüedad, pero antes su propagación quedaba más o menos limitada. Ahora no hace falta editar un libro para extender una mentira -o verdad a medias- y que acabe por convertirse en realidad. La comunicación de masas y las redes sociales hacen de la viralidad la nueva imprenta. Aunque antes ya lo hicieron la radio -que se lo digan a Orson Welles y su retransmisión de La guerra de los mundos– y la televisión. Recuerdo cómo en una de las últimas clases de un curso al que asistía hace años, una de las estudiantes afirmaba, sin ningún pudor, que las sirenas existían porque lo había visto en un documental de Discovery. ¿Cuántos memes hay del tipo de los «Aliens» de Canal Historia?

El periodismo gastronómico y sus trampas

Vivimos en la Era de las mentiras mediáticas, lo sabemos. Y la gastronomía no escapa de ello. La prensa está llena de ejemplos. Titulares cada vez más largos y con más reclamos para que hagamos click. Los que escribimos buscamos la manera de poder colocar nuestros temas en las secciones, máxime más si somos freelance, donde se paga por pieza. Pero esa es otra historia (esta vez real, me temo). 

Como decía, nos buscamos las mañas. O nos las buscan, porque desde que las agencias de comunicación entraron en el juego, tampoco nos molestamos muchas veces en hacer el fact-checking necesario. Damos por hecho que ese trabajo lo ha realizado otra persona en la agencia y que la información que nos están enviando es correcta. El correo se nos llena de claims pensados para que piquemos: «El chef con más estrellas en no sé dónde», «el único que ha conseguido todos los premios», «la mujer más joven en lograr esto». Todo es «el más» o «la primera», títulos fácilmente caducos. Este mes, sin ir más lejos, recibí notas de prensa de distintas fuentes que afirmaban que dos personas diferentes eran el chef más joven en conseguir una estrella Michelin. ¿Quién verifica?

La histórica farsa de las espinacas. Foto: Mikel Ponce

Se nos olvida que las agencias son empresas que necesitan vender a sus clientes. Supongo que intentan hacer su trabajo lo mejor que pueden, pero entre tanto, se habrá publicado en algún sitio una información que no es cierta. Y existe un gran riesgo de que un error acabe por convertirse en una verdad incontestable que se extienda en el tiempo. Un ejemplo muy conocido es el de las espinacas y su supuesta cantidad de hierro. En realidad se sabe que todo fue un fallo cometido en el año 1870 por el desplazamiento de una coma y, aún así, seguimos arrastrando este malententido. 

Porque la máquina de producir publicaciones no para. Así que también rebuscamos en la historia de las personas para poder contar algo nuevo. ¿Cuántas noticias hay que mencionan a gente que ha estado en Noma o Mugaritz? Es posible que hayan estado, pero habría que concretar un poco más. Conocer cuánto tiempo han estado allí y, quizás, qué han hecho durante su estancia, para poder afirmar que alguien viene de elBulli, El Celler de Can Roca o de cualquier lugar posicionado bien arriba en las listas. Hace unos poco días, en un congreso reciente, durante un debate nocturno sobre el futuro de la gastronomía se abrieron algunos melones. Una joven cocinera (cuyo nombre prefiero no desvelar) lo dijo claramente: «Yo fui con ilusión a un restaurante de prestigio y me tiré un mes recogiendo hierbas del huerto». Lo que ella estaba denunciando, en realidad, es que muchos de estos negocios acogen a practicantes para cubrir trabajos tediosos y que no se les enseñaba cocina.

«Habría que concretar cuánto tiempo ha pasado un practicante en un restaurante, y qué ha hecho durante su estancia, para afirmar que alguien viene de elBulli»

El caso es que a mí me dio que pensar. ¿Debemos entonces considerar que esa persona ha adquirido conocimiento durante su periodo allí? Y eso no es mentir, ojo, pero tampoco es decir la verdad. Lo que pasa es que es mucho más atractivo decir que uno se ha formado en Noma que en un restaurante desconocido, a pesar de que en el segundo se hayan pasado veranos enteros sacando adelante miles de comandas y ocupándose de todas las partidas. En cualquier otra profesión, decir que estuviste un mes en una empresa apenas suma. En la cocina, parece que basta para crear leyenda.

La trampa nutricional 

Pero es el campo de la nutrición donde más deberíamos preocuparnos. La industria alimentaria es un lobby muy potente y con mucho dinero. Eso significa que puede permitirse pagar determinados estudios que apoyen sus proyectos. Así es como aparecen titulares como «el consumo moderado de vino tiene beneficios para el corazón, según un nuevo estudio», sin profundizar en el origen de este. Pienso en las veces que he escuchado decir a Santi Rivas, un influencer que ha hecho del vino su profesión y su medio de vida, que la dosis de alcohol segura es cero. Lo dice sin temblarle el pulso. Y claro, se le echan encima. 

Los superalimentos como la cúrcuma, los arándanos o el açaí han llenado portadas y búsquedas en Google gracias a unas supuestas propiedades saludables, muchas veces dudosas. A veces, incluso peligrosas. Como cuando se afirma que un alimento tiene atributos milagrosas y que pueden llegar a curar enfermedades tan duras como el cáncer. Eso es jugar con la salud de las personas a cambio de clics. 

Del mismo modo, también hay bulos que buscan morbo de la alarma. Hace poco, Miguel Ángel Lurueña —uno de los mayores cazadores de mitos alimentarios— desmontaba en sus redes la alerta por listeria en una marca de quesos española. En un vídeo breve mostraba un listado de medios que publicaron la noticia sin contrastar y apuntaba a que en esos artículos se omitía, de manera intencionada, que la alerta solo afectaba a un lote concreto que se había comercializado en Bélgica. Eso es jugar con las ventas de una empresa a cambio de clics.

¿Estamos haciendo buen periodismo?

Creo, realmente, que esto nos pasa porque no tenemos tiempo de pararnos a confirmarlo todo. Que la rabiosa actualidad manda y que no nos podemos permitir quedarnos atrás. Que hay redacciones que exigen a sus empleados publicar hasta cinco piezas al día y es humanamente imposible llegar a todo con el rigor que se necesita. Aunque esto no sea una excusa, explica muy bien que adolecemos de un sistema frágil que está deteriorando el periodismo. Es inviable para la mayoría de los profesionales dedicarle el cariño necesario a los artículos que escriben, sencillamente porque les falta tiempo. 

Y, siendo sinceros, puede que en otras secciones la actualidad demande premura, pero en el periodismo gastronómico pocas cosas son realmente importantes. Por decirlo de otra manera, no hay tantos hechos noticiables. Nos buscamos las vueltas para sacar contenido a diario de cosas que son completamente banales, para seguir alimentando algoritmos y atraer audiencia. Porque lo gastro se ha vuelto sexy. Eso significa que puede atraer más publicidad, que se traduce en más ingresos para los medios. Y ese es un camino peligroso, porque abre puertas por las que se pueden colar —ante la atenta vigilancia del SEO— medias verdades o, directamente, mentiras sin que uno se dé cuenta. 

«Hay redacciones que exigen a sus empleados publicar hasta cinco piezas al día y es humanamente imposible llegar a todo con el rigor que se necesita.»

Laia Antúnez, coordinadora de Hule y Mantel, señala que la sustitución en medios generalistas de profesionales especializados por personas dedicadas al aumento del tráfico contribuye al problema. «Son personas que, aunque quieran hacer bien su trabajo como redactores, se ven obligadas a producir a diario una cantidad ingente de artículos. Para ello, recurren a notas de prensa, a herramientas de IA o a otros artículos ya publicados. Fuentes que en sí mismas pueden contener errores. (…) Por no entrar en las noticias que se construyen, a veces, a base de medias verdades, única y exclusivamente pensando en el titular y en conseguir clics y visitas», comenta Antúnez. Porque el periodismo especializado necesita recursos temporales (tiempo para formarse, para contrastar información, etc.) y monetarios (poder pagar las cuentas de los restaurantes que se visitan) para ser más libres. 

Para Rosa Rodón, directora de la sección gastronómica en el Diari Ara, esta manera de proceder colocando el SEO en el centro está devaluando el oficio. «Todo esto no lleva a hacer buen periodismo. Faltan figuras referentes en el sector en las que fijarse y aprender. Porque o ya no están, o no tienes tiempo. Por eso, para mí siempre es fantástico coincidir en una comida con gente como Philippe Regol, que es capaz de recordar que ese plato o ingrediente que te están vendiendo como nuevo, ya se había visto hace veinte años. Las figuras especializadas son un filtro importante para este tipo de goles, y ahora hay muchas personas especialistas en colar goles para colocar su mensaje», afirma al respecto.

Así que cuando este perfil de profesionales desaparezca, quedará en manos de redactores con condiciones mucho más precarias la labor de informar y todo apunta a que esta tendencia de desinformación seguirá su curso. Tampoco importa mucho, porque las cosas ahora duran lo que duran y mañana habrá otra decena de noticias que tapen este texto.

 

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