Ricardo Gómez posa frente al Mercado de Vallerhermos. Foto: Rocío Tuset

Un día con Ricardo Gómez

Rocío Tuset – 10/07/25

Es el rostro de España. Como cantaban los ABBA, artista incluso antes de echar a andar. Con cinco años, mientras tú aprendías a atarte los cordones, él ya interpretaba a Chip, la encantadora tacita parlante en el musical de La Bella y la Bestia. Lo que vino después se estudia ya –o debería– en los libros de historia

Ricardo Gómez es nuestro Truman madrileño, un Macaulay Culkin –mucho– mejor avenido. Toda una generación dimos con él esa primera calada, descubrimos el sexo, el amor, el desengaño, la amistad… Ahora, a sus 31 años, carga ya con una carrera de venerable funcionario del arte dramático. ¿Pero quién es realmente Ricardo Gómez? Y lo más importante: ¿qué come antes y después de una partida de tenis? 

Ricardo y yo quedamos a las 12 del mediodía en el Mercado de Vallehermoso, concretamente en el puesto de Tripea —descubro después que este es su restaurante fetiche para una cita—. Saluda a Rober (Roberto Martínez Foronda, chef y fundador de Tripea) con un abrazo y nos sentamos en la barra, mientras el equipo prepara el servicio. Me cuenta que acaba de terminar de grabar la segunda temporada de La Ruta entre València y Mallorca. Actualmente, está inmerso en el rodaje de la nueva miniserie de los libros de Elísabet Benavent y, por si fuera poco, en el proceso de dirigir su ópera prima. «Si todo va bien –toca la barra de madera con los dedos–, empezaré a rodar el año que viene», revela. Hay más: en otoño, estrena La Suerte, la nueva serie de comedia dirigida por Paco Plaza. Si no han visto el teaser, háganlo, no pierdan ni un minuto más.

Comprenderá el lector que, con un actor de este calibre, pasar una jornada entera es algo complicado –bastante que me concede algunas horas–. Así que comienza resumiendo cómo sería un día con él: «Agotador».

Pero vamos por partes…

Comencemos por esos pequeños placeres o frivolidades que uno se permite únicamente aquellos días en los que no hay que poner el despertador. Posiblemente, a todos se nos viene a la cabeza lo obvio: desayunar. No tomar un café rápido, sino sentarse, taza de especialidad en mano, tostadas con aguacate y salmón, macedonia tropical, cruasán de chocolate o huevos con bacon sobre la mesa, y scrollear sin límite de tiempo. Pero resulta que Ricardo, con todo lo foodie que es, no es de desayunar. Ha aprendido recientemente a hacer cold brew en casa y, «con este calorazo», eso sí que le entra, pero poco más. Descartado el ritual matutino por excelencia, ¿cuál es su placer oculto? Chess.com. Así es, una –o varias– partidas de ajedrez con unos simpáticos y perfectos desconocidos, mientras apura su infusión fría de café. Ese es su secreto mejor guardado. Ricardo Gómez, niño prodigio de la interpretación; si lo miras al trasluz, «Arturito» (Arturo Pomar), niño prodigio del tablero.

Una vez jugada la partida, llega la temible pregunta de imposible respuesta a la que todo treintañero se enfrenta, al menos una vez, cada fin de semana: ¿quedar con los colegas a comer o a cenar? Cada momento tiene su encanto pero, las resacas a los 30… no son lo mismo que a los 20. Así que Ricardo, sabiamente, elige reunirse para comer. Es buen anfitrión, dice. Su plato estrella es la tortilla de patata.

– Con cebolla, espero.

– Por supuesto.

Sentado en la barra de Tripea, uno de sus restaurantes preferidos. Foto: Rocío Tuset

Menos mal, sino me tendría que haber levantado de la silla y dejarlo allí plantado. Al parecer, su tortilla incluye un ingrediente secreto con el que siempre seduce a sus invitados. Lanzo un par de ideas al aire, pero no acierto a adivinarlo. El misterio del ingrediente secreto de la tortilla de Ricardo Gómez, junto con el de quién mató a Kennedy, será siempre uno sin resolver.

 

¿Y aquellos días en los que queda a cenar?

Pueden pasar varias cosas. Lo más probable es que haga noche de tacos mexicanos en casa, sirviéndose de su extensísimo repertorio de salsas de todos los países, sabores, texturas y grados de picante. En serio, en su nevera nunca pueden faltar salsas, muchas salsas, salsas de todos los tipos. Su cocina es el reino de las salsas. Piensa en una salsa, Ricardo la tiene. Tampoco pueden faltar quesos de distinta índole, tomates, latas –que conserva como preciadas reliquias. Tanto las conserva y durante tanto tiempo, que alguna ha llegado a caducar–, y piparras. Pero, sobre todo, lo que nunca puede faltar en su nevera, o en sus noches de tacos mexicanos, son salsas. ¿Lo había dicho ya? También puede pasar que decida no anfitrionar, por eso de no tener que limpiar. Entonces, sus amigos y él quedan a tomar cañas en la terraza de Urko. 

¿Y qué hace con la resaca ineludible del día siguiente? Comerse un pollo asado –de hecho, junto a varios amigos ha creado un ranking de los mejores pollos asados de Madrid– y su guilty pleasure: Crims. «No hay nada mejor que un domingo de resaca con un pollo asado y un capítulo de Crims, excepto, tal vez, un domingo sin resaca», me espeta. Y ya que sus amigos han entrado en escena, me cuenta qué tal es trabajar con ellos.

Él, que ha hecho proyectos con grandes amistades como Juan Echanove, Óscar Aibar, Nao Albet y Marcel Borràs, o Anna Castillo, elogia trabajar a su lado. «Es fantástico», resume. Al principio, y como todos los aquí presentes, se tuvo que enfrentar a esa vocecilla insolente llamada Síndrome del Impostor. Sin embargo, llegó La Ruta, un proyecto completamente ajeno a su entorno habitual, y todo cambió. Comprendió que sus amigos no habían confiado en él debido a su relación personal, sino porque creían en su talento. «Sentir que un amigo cree en ti de verdad es de las cosas más bonitas que hay», reflexiona. Aprovecho y le pregunto qué le cocinaría a un colega que atraviesa un mal momento. La respuesta es contundente: sopa de cebolla y steak tartar.

«No hay nada mejor que un domingo de resaca con pollo asado y un capítulo de Crims, excepto, tal vez, un domingo sin resaca»

Como buen foodie que es, discípulo de Juan Echanove –quien también firmara para Habanero– y heredero de su legado, también hablamos de la gastronomía en el cine. Pensemos en ese gazpacho que sostiene la trama de Mujeres al borde de un ataque de nervios, o en la cómica escena de El Apartamento en la que Jack Lemmon escurre los espaguetis con una raqueta. O, más recientemente, en ese hermosísimo diálogo de Su Majestad donde Anna Castillo y Ernesto Alterio comparten las últimas croquetas hechas por la madre de él, recientemente fallecida. Para Ricardo, la escena por antonomasia es la de Tony Soprano comiéndose un plato de espaguetis. «Creo que de las cosas más cinematográficas que hay es sentar a los personajes alrededor de una mesa», afirma. Por deducción, entonces, ¿habrá escena gastronómica en su película? «La hay», confiesa.

Un proceso, el de dirigir su primera película, que está siendo como una partida de ajedrez larguísima. Cada movimiento importa. Cada pequeña decisión va cincelando lo que será la obra final. Hablamos de referentes a la hora de afrontar este primer largometraje: Tarde para la Ira, de Raúl Arévalo; La hija de un ladrón, de Belén Funes; todo el cine Iñárritu, sobre todo, Amores perros; los Hermanos Dardenne; Asghar Farhadi o Andrea Arnold, entre otros. Y de con quién le gustaría trabajar en un futuro: Fernando Franco, León de Aranoa, los hermanos Cabezudo, Eva Libertad o Lucía Alemany

«Creo que de las cosas más cinematográficas que hay es sentar a los personajes alrededor de una mesa»

Con todos ellos también compartiría mesa en algunos de sus restaurantes predilectos. Lugares que atesora, como buen millenial, en su móvil, en distintas listas bautizadas Tripa. También en su destacado de Instagram Come y calla (recomiendo no perdérselo). Dado el origen de esta revista, nos centramos en su Tripa València, donde figuran clásicos dominicales como Casa Carmela, las gambas fritas de Boatella Tapas, Maipi, la Taberna del Pare Pere o La Cooperativa del Mar. Su asignatura pendiente: Nozomi.

¿Y su próxima gran cita gastronómica? El 4 manos Tripea-Pargot, que tendrá lugar en el local madrileño el mismo día en que se publique este artículo. No podía ser de otra forma: hablamos de dos de sus templos, su restaurante fetiche en Madrid y su taquería de culto en Ciudad de México. Esta última, de hecho, es la ciudad donde le gustaría vivir si no hubiera nacido en la capital española. Un lugar que le despierta un intenso sentimiento de pertenencia, y en el que se proyecta residiendo y trabajando una temporada. Ya lo cantaba Chavela: «Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida».

Según Ricardo, la mejor gilda de Madrid está en La Consentida Doré. Foto: Habanero

Y, por último, y regresando a sus placeres en días libres, si hay algo que nunca, nunca, nunca puede faltar es una partida de tenis. Su deporte de cabecera ahora mismo, junto con el ajedrez, claro –dos disciplinas más parecidas de lo que pensamos–. Así que llega la pregunta estrella, esa que todos nos hacemos desde hace un rato: ¿qué come Ricardo antes y después de una partida de tenis? «Antes: pasta, en cantidades industriales si puede ser. Y después: cervecita isotónica con los colegas» afirma contundente. Y con qué colegas. ¿Podrías tú jugar una partidita con Broncano un martes por la tarde? No, pero Ricardo sí puede. ¿Y quién es el mejor jugador de su grupito? El que más habilidades muestra, sin duda, es el presentador de La Revuelta; pero con el que más disfruta, Isma Juárez. «Hay algo muy divertido en hacer una oda al amateurismo, en ir vestidos como si fuésemos tenistas profesionales y luego ser dos absolutos zotes», admite.

Le confieso que, por Instagram, Isma parece el mejor jugador de todos, y siente la necesidad de detener la charla para contárselo por audio. «Lo hemos logrado», le dice entre risas. ¿Y el peor? No responde. Me aventuro y le digo que, si tuviera que apostar, diría Arturo Valls. Suelta una carcajada. ¿Habré acertado? Nunca lo sabremos. Otro misterio, como el de la tortilla, sin resolver.  Justo cuando el equipo de Tripea está a punto de dar comienzo al servicio, nos despedimos, no sin antes preguntarle dónde puedo encontrar la mejor gilda de Madrid. «En La Consentida de Doré, yo te recomiendo la de arenque». 

Así que salgo del Mercado de Vallehermoso y me dirijo, cuarenta grados a la sombra, al de San Antón. Llego justo a la hora de comer y me encuentro con un pintoresco puesto en un callejón. El establecimiento de enfrente reza: por prescripción médica, compre aquí. Me pongo en la cola para pedir y advierto varios extranjeros y también algunos locales. Me pregunto, igual que cuando voy a pilates un jueves por la mañana, a qué se dedica toda esa gente que puede permitirse estar allí un día entre semana, como si yo observase la escena desde fuera y no fuese parte de ella. ¿Vendrán ellos también de pasar una mañana con Ricardo Gómez? Cuando el camarero me interpela, salgo de mi ensimismamiento. Un vermú rojo y una gilda de arenque, por favor.

Efectivamente, es la mejor que he probado en mi vida o, al menos, en Madrid.

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