
Romy de Babygirl. Foto: Habanero
CULTURA – UN HAMBRE QUE NO SE VA
Paladar, zona erógena
Las Entendidas – 29/05/25
Cómo la ficción ha representado el deseo a través de los bocados más apetitosos
Le contaba Charlotte de Sexo en Nueva York a sus amigas que tenía muchas ganas de untarse con nata todo el cuerpo para sorprender a Trey, su futuro marido. Samantha, como buena conocedora del tema, no duda en recomendarle usar Cool Whip Light, mencionando que es menos pegajosa que otras marcas. La comida, en efecto, tiene el sugestivo poder de provocarnos «un intenso calor que nos invade las piernas», como escribía Laura Esquivel en su famosa novela Como agua para chocolate. Al menos, eso es lo que Charlotte esperaba despertar en su amante al decidirse por incluirla en su ritual de seducción. Como juguete erótico o como símil de lo que un bocado es capaz de aproximarse al placer sexual, el cine ha garantizado la efectividad de este affaire a través de múltiples ejemplos.
Llevada al cine por Alfonso Arau, Como agua para chocolate adaptó la ya mencionada obra de Esquivel en una película que -como también la reciente miniserie que llegaba al streaming el pasado otoño- fue todo un ejemplo de la imbricada relación que se establece entre amor y gastronomía, relaciones afectivas y cocina o, elevada a un estadio mayor, el furor que acompaña paladear cierta comida. Entre las recetas amorosas que se desprenden de cada capítulo destaca una por encima de todas ellas: la receta de la pasión. Unas codornices con pétalos de rosas, cuyo efecto afrodisíaco produce un arrebatado descontrol, respiraciones agitadas y muestras de goce, entre quienes se sientan a la mesa a disfrutarla. La cocina, entendida en ocasiones como un fenómeno de alquimia, ofrece aquí su expresión más ardiente: la de sintetizar una relación sexual a través de la comida.
Por un cine menos puritano
«-¿Te gustan?
– Me encanta su sabor.
– ¿Y a qué saben?
-A jamón. A tortilla de patatas. A cebolla. A ajo»
Las tetas de Penélope Cruz olían a tortilla de patata en Jamón, Jamón o, al menos, así nos lo hizo creer Javier Bardem en una de las secuencias más memorables de la película. Esa primera entrega de la trilogía ibérica que firmó Bigas Luna supuso para sus dos actores protagonistas el empujón a sus carreras (en lo profesional) y la primera oportunidad de tantear si sus vidas quedarían unidas para siempre (en lo personal). Un himno a ese gozo de comer y amar, así la definió su propio director al recoger el León de Plata en el Festival de Venecia: «Amar y comer son cosas imprescindibles y complementarias para nosotros, los españoles, y Jamón, Jamón es un himno a este gozo. Amo a las mujeres mediterráneas porque saben dar de comer y, sobre todo, porque mientras comen, hablan de comida. Esto es imposible que lo entienda un anglosajón: el amor y la belleza se disfrutan comiéndolos».

Jamón, jamón. Foto: Flixolé
No siempre el cine respira esos aires; es más, en estos tiempos su condición de puritano está a juicio. A principios de año, en un artículo publicado en Variety se ponía sobre la mesa un debate enraizado últimamente en la conversación cinéfila: ¿Tienen los Oscar miedo al sexo? La tesis apuntaba a que películas con una pretendida trama sexual se hubieran quedado fuera de la temporada de premios. Entre ellas, Babygirl o Challengers. En la primera, un vaso de leche es el símbolo de la dominación entre los dos personajes protagonistas: Romy (Nicole Kidman), una exitosa mujer de negocios y Samuel (Harris Dickinson), su becario. Contaba su directora, Halina Reijn, que se inspiró en una experiencia propia en la que un actor mucho más joven que ella le pidió un vaso de leche. Así lo trasladó en uno de los momentos más comentados de la película, y el que le llevó a convertirse en viral: Samuel le manda un vasito de leche a Romy en medio de una cena de empresa, y ella se lo bebe de un trago. «Buena chica». Una experiencia excitante, favorecida por la que para la directora es símbolo de nuestro lado más animal: la leche.
«Halina Reijn se inspiró en una experiencia propia en la que un actor mucho más joven que ella le pidió un vaso de leche».
Por su parte, la presencia de alimentos con formas fálicas -tales como churros o plátanos- alimenta el juego de rivalidad y homoerótica que se cocina entre los dos protagonistas masculinos de Challengers. Por ejemplo, en esta secuencia, según describe Luca Guadagnino para The New York Times, resuena con fuerza todo esto. Ambos (Josh O´Connor y Mike Faist) compiten por una tercera (Zendaya), pero una eminente tensión (sexual, o de lo que sea) no resuelta vibra a lo largo de toda la escena para insinuar algo más. Una larga secuencia sostenida por decisión de su director, quien de manera deliberada busca que descifremos la gramática de ese comportamiento. Lo cerca que están sentados, cómo se miran, cómo muerden y mastican esos churros… son gestos que no dejan de ser en ningún momento leídos como ambiguos. Sienten celos del otro, pero al mismo tiempo, parecen querer decirnos que el deseo -churros mediante- también ha entrado en la pista de juego.
Y no solo en Challengers, el cine de Guadagnino parece no querer desprenderse nunca de su apego por las pasiones amorosas y en él se sigue recordando que el peso de la comida, y lo que hacemos con ella, aviva esa erótica con la que sus personajes han pactado relacionarse. En Io sono l´amore lo vimos en la forma en la que Tilda Swinton saborea las gambas que ha cocinado para ella el que será su futuro amante; o en Call me by your name, con la que ya nunca pudimos mirar igual a un melocotón. La culpa no la tiene Guadagnino sino André Aciman, el autor de la novela en la que se basa la película. Para él, según explica en entrevistas, es esencial en la historia entre Oliver y Elio: impactante, pero también el momento más íntimo entre esos dos hombres. Por cierto que en el libro, a diferencia de lo que vemos en pantalla, se termina comiendo ese melocotón relleno. Como si ese «parecía que habían descubierto un nuevo código de comunicación» que escuchamos en Como agua para chocolate aplicara también a estos otros gestos que sellan el deseo.