
Influmierder en plena faena. Foto: Mikel Ponce
LIFESTYLE – BATIN LOVER
Los influmierders han llegado para estropearme el café
Ferran Salas – 27/03/25
Este es un relato de un hombre decadente que sólo existe a través de la mirada de los otros. Un hombre, eso sí, que no cede en sus gustos: siguen siendo tan caros como cuando era rico. Por eso, no entiende el mundo digital, y mucho menos el de los influencers gastronómicos
Cada mañana me levanto con la primera luz del alba. Las venecianas de la ventana, ajadas y descoloridas por el paso del tiempo, muestran la decadencia de un pasado mejor. A la ducha le sigue el desayuno. Siempre en guatiné. Soy metódico, obsesivo e inflexible. Me relaja el acto de moler el café arábica. Girar la hoja, oír el crepitar del grano, oler la fragancia que desprende… Mientras el fuego hace su trabajo, preparo una tostada de centeno, la rocío con aceite de Canena y sazono con sal pakistaní. Repaso con la mirada el resto de objetos que se amontonan en la encimera: una mandolina, un colador, varias espátulas, las pinzas, una cuchara sopera, la besuguera… Me desplazo hacia la mesa con la taza humeante. Abro el periódico. Repaso titulares. Frunzo el ceño. Cada día es idéntico al anterior.
Del periódico cambio, casi sin querer, a una popular red social. Por inercia. Repentinamente, me encuentro inmerso en un scroll infinito. Me desplazo como un autómata a través de imágenes de platos, vinos y fotos de chefs, que parecen portadas de la Rolling Stone. Algunas, incluso, lo son. Sin embargo, me sorprende la cantidad de publicaciones que no he deseado ver. Vídeos cutres, de estética poco cuidada. Con tipografías que parecen sacadas del Wordart y colores histriónicos. Y personajes que en la mayoría de casos me producen desasosiego. Miran a cámara y exclaman con vehemencia y llenos de artificialidad gesticular cosas literalmente poco creíbles: «La mejor hamburguesa del país». Están hablando sobre un plato que parece rancho cuartelario. «Mmmm estás croquetas están in-creí-bles»; spoiler, son de quinta gama. «¡Ufffff! Es-pec-ta-cu-lar»; sí, evidentemente, en tu cabeza sonaba espectacular.
¿Será algo que solo ocurre en mi mente? Dudo. La incertidumbre me acecha. ¿Soy un boomer? Intuyo que habito un espacio que no es mío. Mi cuerpo está presente. Pero he perdido la noción del tiempo. Será, como cantaba Dylan, que The Times They Are a-Changin. Reorganizo mis pensamientos e intento aclararlos. No. Dejo el síndrome del impostor a un lado. No me pasa a mí, es la tónica general. Todos, absolutamente todos, estamos agotados. De unos años a esta parte, las RRSS se han llenado de «creadores de contenido» gastronómico, cuyas recomendaciones superan las decenas de miles de visualizaciones. Son la élite de la prescripción gastronómica. Sitio que publican, sitio que se llena. Pero, ¿podemos confiar en ellos?
«Me sorprende la cantidad de publicaciones que no he deseado ver. Vídeos cutres, de estética poco cuidada. Con tipografías que parecen sacadas del Wordart y personajes histriónicos»
Me atrevería a decir que en España debe haber unos 6 o 7 críticos gastronómicos. No más. Periodistas especializados en gastronomía, varias decenas, y gastroinfluencers, aproximadamente unos 47 millones. Más o menos el mismo número que de seleccionadores nacionales. Pero, me pregunto ¿cuál es el verdadero problema? Es evidente. Intento responderme. La falta de criterio por parte de unos, y la falta de respeto hacia la labor periodística por parte de otros. Me viene a la mente un artículo leído hace meses de Santi Rivas titulado Tu opinión solo importa si es buena, en el que analizaba con total clarividencia hasta dónde se ha llegado en este sector. En el artículo, Rivas explicaba que cuando un productor o un distribuidor le pedía una valoración de sus vinos y esta no era de su agrado, poco más que sufría acoso y derribo.
¡Qué perverso resulta el modelo! Un restaurante invita a un influencer a comer y este habla maravillas del mismo. ¿Es honesto? ¿Es objetivo? ¿Tiene criterio? Dudo, pero acepto el modelo. No es nuevo. Pero, ¿qué pasa cuando este influencer un día habla de un tres estrellas, otro de una cadena de hamburguesas y al tercero de un quinta gama de manual? Y por lo que sea, todas, absolutamente todas, resultan ser experiencias maravillosas e imprescindibles. Quizá es que ninguna lo es. Si todo es bueno, lamentablemente nada puede serlo. Y como además no incide en lo deficiente, parece que no existe. Ya se sabe, «lo que no se nombra, no existe», como diría George Steiner. Independientemente de todo esto, si un restaurante invita o paga a un influencer, está contratando publicidad. Y es legítimo. Faltaría más. Es más, en muchos casos es altamente recomendable.

Influmierder haciendo de las suyas. Foto: Habanero
Sigo con mis confabulaciones. El influencer de turno que cobra entre 300-800 euros por compartir su opinión en sus redes, ¿factura? ¿Cotiza? ¿Pone en esas mismas redes que, como establece la ley, está realizando publicidad? Honestamente, pocos lo hacen pero a nadie parece importarle. Al hostelero se le llena el local y al influencer la cuenta bancaria. ¿Quién es el único perjudicado? El comensal. Pero esto no es lo más alarmante. He llegado a escuchar casos aberrantes. Gente que cobra de 3.000 a 6.000 euros por una publicación. ¿En base a qué? Algunos son maestros del marketing y el algoritmo. Han hackeado el sistema y tienen cuentas con muchos seguidores. La mayoría igual de básicos que ellos mismos: criptobros, aspirantes a influmierders y en el mejor de los casos desinformados. Gente que nunca comerá en los mentados restaurantes.
¿Que alguien genere contenido gastronómico lo convierte en influencer?, me cuestiono. Diría que influencer es el profesional (o aspirante) que vive de eso. Mi cabeza lo separa de los prescriptores. De estos últimos, hay muy buenos. Son aficionados a la gastronomía que no viven de ella, pero que tienen interés, criterio y bagaje en salir fuera y gastarse los titos. ¡Ay, los titos! cuánto daño hacen a la divulgación gastronómica. No money, no honey. Eres tan bueno como tu cuenta bancaria pueda permitirse. Sigo con mis divagaciones. Son cuentas de confianza, cada una en su segmento, con las que puedes estar más o menos de acuerdo. Sin embargo, hablamos de gente que se encarga de ir a sitios y recomendarlos sin cobrar por ello. Hablan lo bueno y lo mejorable con honestidad. ¿De quién habría que fiarse si buscamos un restaurante de unas determinadas características? Yo lo tengo claro, siempre de la opinión independiente. ¿Que también tienen filias y fobias? Obvio. ¿Quién no?
En fin. El café está frío. La luz de la mañana ha caído irremediablemente. El tiempo acompasado y lento ha ido sobreponiéndose al día. Ya son las 19.00 horas. Debo quitarme la bata, acicalarme, salir de casa y visitar a los parroquianos de Saxo. La persiana debe estar abierta ya y las redes no existen. Al menos uno siempre tiene un refugio donde comer un plato de mojama y beber una copa de vino, sin la necesidad de encontrarse rodeado de fotógrafos de platos, con demenciales aspiraciones narcisistas.