Amores de verano. Ilustración: Pepa Prieto

Algunos amores de verano son eternos (y más, si se comen)

 Andrea Savall – 07/08/25

¿Es verano la estación donde ocurren más romances? Un recorrido por lo que realmente despierta nuestro deseo en estos calurosos días, viajando desde el paladar hasta los recuerdos más íntimos

Existe para mí un amor de verano que ha logrado sobrevivir a los años, que está grabado en mi memoria a fuego y que no ha podido ser reemplazado por ningún otro. Tiene nombre valenciano y fue también el gran amor de mi abuela materna: les pebres farcides, o pimientos rellenos. Son unos pimientos rojos más pequeños de lo normal que están rellenos de arroz al horno con atún salado, judía fina y garrofón. Se comen con las manos y son una auténtica delicia. De pequeña, si conocía a una mujer que supiera cocinarlas, se convertía para mí en un foco de sabiduría y admiración. 

Me encuentro envuelta en un verano sencillo, como los de antes. Sin salir del país, con muchas horas muertas, hamacas en ríos que se columpian entre páginas de libros y comidas familiares que se tornan el espejismo de una falsa rutina. Este verano no tengo la agenda llena; estoy forzada a improvisar. Obligada por el aburrimiento a observar las mariposas y sus distintos colores. Aprovechando cada piscina de amigas o familiares, escapando al frío de la montaña, pasando las semanas a un ritmo distinto. Viendo como se vuelven más anchas, como caben muchas más cosas, porque todo se vive de forma más lenta, como si de pronto el tiempo se arrastrara como la baba de un caracol.

El verano será analógico o no será. Foto: Andrea Savall

La semana pasada, caminando por el campo de Quart de Poblet, vi pasar un avión muy cerca de mi cabeza y sentí mis pies bien arraigados al suelo. No sentí envidia por todas las personas que sobrevolaban encima de mí ni por todas sus maletas pesadas. El verano no es una pausa y tampoco es un regalo: el verano es una estación más que está llena de extremos. Tendrás días perfectos y también días que te desesperarán, días que parecerán nublarlo todo. Así que este año mis sueños son simples: volver a comerme una pebrera después de bañarme en el mar, quizás en la mesa de algún chiringuito de esos en los que puedes llevar tu propia comida; acabarme por lo menos tres libros; escribir mucho; conseguir correr dos veces a la semana; hacer alguna foto buena y no perder mi foco. ¿No serán estas las verdaderas vacaciones? ¿No será esta la fórmula para descansar de verdad?

En veranos sencillos, el cuerpo me pide conversaciones sencillas, así que he preguntado a toda la redacción de HABANERO cuál es su verdadero amor de verano. He descubierto una cosa: nos pasamos el resto de la vida pensando en los veranos de la infancia. Casi todos han regresado a platos de niñez, como mis pebres farcides.

 

Almudena y la playa

Cuando le pregunto a Almudena Ortuño por su amor de verano, lo primero que le viene a la cabeza son los churros con chocolate para desayunar en casa de sus abuelos. Ella no lo sabe pero le estoy muy agradecida por desbloquearme dos recuerdos: «Cuando era adolescente, mis cenas de verano siempre fueron bocadillos apresurados de tortilla francesa, porque enseguida quería salir con los amigos y me lo llevaba de camino al parque. También bocadillos de salchichas Frankfurt cuando iba al cine de verano», al escucharla me viene el olor a brasa de estar sentada en una silla de plástico viendo Lara Croft: Tomb Raider en el cine de verano que había en mi pueblo. Recuerdo esa sensación de libertad que me hacía creer vivir en el País de las maravillas. 

La cofundadora de este medio ordena mi cabeza cuando dice: «No echábamos en falta viajar a destinos exóticos, Australia nos quedaba lejos. No quiero romantizar el pueblo ni la falta de alternativas, pero añoro que me pareciera importante una estrella fugaz o un beso a un amor que no volvería a ver. Con los años, he visitado más países, más festivales, más casas y con más gente, pero siento que nada me define tanto como las tardes haciéndome trencitas en las escaleras de mi amiga Inma». Me doy cuenta de por qué creo que ya no soy una persona de verano: simplemente, echo de menos esos veranos.

La casa de la playa de los abuelos. Foto: Almudena Ortuño


Ferran y Villa Avispa

Muchos asocian el verano con las ensaladas, como el director de Habanero, Ferran Salas, que por lo que sea -quizá porque su mujer es originaria de allí- nombra la ensalada murciana. De una forma muy generosa me cuenta sus trucos y me dan ganas de probarla: «Si es una cena especial, me gusta preparar una versión gourmet con tomates pelados en conserva. Por recurrir a las conservas, que también son muy veraniegas, recurro a otra marca murciana de mucho nivel: La Joya. Luego, tarantelo de atún rojo gaditano de Felisa, y huevos duros de Cobardes y Gallinas. Nosotros no usamos cebolla, preferimos cortar cebollino muy fino y añadir aceitunas negras sin hueso, como las de Espinaler». Admite, no obstante, que para el día a día utiliza productos del súper que funcionan perfectamente. Eso sí para el aliño, la sal trufada de Carmencita y el aceite de Castillo de Canena son innegociables.

Una vez que ha detallado la receta, porque al final es un gastrónomo empedernido, viene el recuerdo más vinculado a lo personal. «Recuerdo con mucho cariño el verano en el que probé por primera vez esta receta, porque además, fue el primero que pasé con Almudena en una casa perdida en la montaña de Serra. Villa Avispa, la llamábamos, porque siempre merodeaban la piscina», se arranca. «Fueron días tremendamente bucólicos, noches bajo la pinada del jardín, aquella mesa redonda de mármol, las copas siempre llenas. Las chicharras cantaban abrasadas por el sol, así que decidimos que las tardes fueran suyas y las noches, nuestras», relata. Describe aquel cine de verano improvisado en el porche, las cenas con amigos, la escapada para ver las Perseidas en lo alto de la montaña y, sobre todo, el skyline vinícola de la piscina.

Montando un skyline en Villa Avispa. Foto: Habanero

Al borde del agua, iban colocando cada botella de vino que descorchaban. «Durante un mes, nos dedicamos a escribir y a dejar un mensaje en cada botella que bebimos. Más de 30. El último día, rompimos todas, menos una, para leer todos los mensajes. En la que quedó, escribimos que queríamos casarnos», revela.

 

Sandra, Camila, Marta y la infancia

Lo dicho: pensar en verano es regresar a la infancia, también para Sandra Bódalo. «En mi casa, por ejemplo, se sabía que el verano empezaba cuando mi madre hacía ensalada con patata cocida y atún o ensalada de pasta. Son las ensaladas que me recuerdan a esos días que acababan en la playa o la piscina, o viendo programas de Megatrix y el Club Disney», Cuando le pregunto a Sandra si para ella la estación estival es la más relacionada al amor, me confiesa que para ella siempre ha sido la más fantasiosa. Me habla de la filmografía de las gemelas Olsen y como de niña soñaba con tener un amor igual. Se acuerda de la película de Antes del amanecer, su pequeña frente pegada al cristal de un vagón de tren, imaginando el día en que aparecería ese gran amor. El paso de los años le ha dado perspectiva, y ahora lo que más valora del verano es el tiempo que pasa con sus amigas o familiares. Sé muy bien lo que quiere decir Sandra, yo también fui esa niña soñadora que apuntaba en su diario las ganas que tenía de darse un primer beso. Luego una crece, y se da cuenta de otras cosas. 

La Obregón fliparía con Sandra y este posado veraniego en la playa de Oliva. Foto: Sandra Bódalo

Camila Amal, una de las Mestizorras, me cuenta que su plato favorito en verano es el pastel de choclo. «Choclo es maíz. Soy chilena y es un plato típico de allí, en verano. De base tiene pino, que se llama a la carne picada con cebolla que se cocina un día antes, luego el pastel por dentro tiene aceitunas negras pollo y huevo duro. Por encima, se le echa la crema pastelera que se le llama al tipo de maíz que usamos (se muele y cocina antes)y se sirve en un cuenco de greda que va al horno», explica. Camila me confirma que no importa la parte del mundo en qué te encuentres, lo que comías de niña en verano te persigue hasta tu último aliento. «Es una delicia, y es mi plato favorito de estas fechas, porque me recuerda a los días de verano en el campo, cuando era niña, el sol quemando en la nuca y los baños del río que te congelaban los huesos», termina. Marta (Mississippi), la otra mitad de las Mestis, está conmigo en el equipo arroz: «Creo que mi plato favorito del verano es la paella. Significa familia, salir de la piscina e irme al paellero con la toalla puesta a matar las moscas que molestan a mi madre».

Tengo la esperanza de que al hablar con Marta Cervera, la directora de arte de Habanero, encuentre un testimonio en el que el verano y el amor por fin se encuentren. Le pregunto con mirada cómplice si para ella el verano le ha traído alguna vez una gran historia de amor. Me mira y se ríe. Me cuenta que para ella el verano no es para el amor, que prefiere fluir libre durante los meses de más calor. «Nadie se enamora en verano», constata. Aunque yo tengo claro una cosa: el juego del amor nunca llega cuando una quiere. Todo es incierto. Quién sabe cuántos besos se habrán escondido entre los veranos de mis compañeros. La palabra morreo me resulta veraniega, podría ser un tipo de gazpacho o de helado exquisito y fresco. No sé si por amor o no, pero bajo mi punto de vista, considero que en un verano redondo, algún morreo tiene que haber caído.

 

De gastrónomo a beodo

Como todo amante de la gastronomía, Encuinarte (no revelaremos su nombre) tiene rituales que dan comienzo al verano. «No tengo un plato favorito como tal, pero sí uno que no sólo me representa, sino que me recuerda a la estación estival. Sería la langosta, en todas sus formas: brasa, frita, en caldereta… o con huevos fritos y patatas. Ya no es sólo un producto de temporada, sino típico de Menorca, isla que adoro, donde suelo terminar mis vacaciones y que por ende, siempre me recuerda a verano», comenta. Al escucharle lo primero que me viene a la mente es Sa Llagosta, en Menorca. La mejor caldereta que he probado en mi vida. Le digo que me recomiendo un sitio para comerla y me dice el mismo. Bingo, dos de dos: tienes que ir. A medida que voy hablando con mis compañeros, se me hace la boca agua y pienso en que la comida es poderosa guardiana de recuerdos.

Sa Llagosta, en Menorca, rincón compartido por Andrea y Encuinarte. Foto: Encuinarte

Adrián (Taninodivino) prefiere la ensaladilla rusa porque le recuerda a los domingos en su pueblo. Quiero impregnarme de su cultura vinícola, así que pregunto qué vino elige él durante estos meses y, sobre todo, con quién prefiere tomárselo. «Burbuja, blancos, rosados y tintos ligeros. Fresqueo máximo. Cualquier otra cosa te hará sudar (más) la gota gorda», es su primera aportación. Luego viene el componente social: «Lo importante es la compañía, en mi caso principalmente con mi chica o con buenos amigos. El vino es nexo social, y en verano todo gira alrededor de la mesa, así que para mí, es fundamental. El lugar como digo, me parece lo de menos. Pero si pienso en verano me viene a la mente un buen champagne a remojo en una piscinia viendo atardecer». Lo de la piscina y las burbujas se me queda grabado y lo añado a mi lista de deseos, quizás no tan sencillos.

 

El fin del amor

Mi abuela materna hace muchos años que se fue, ya dejamos de llenar los suelos de las plazas con pipas, los amigos de entonces son otras personas, yo misma soy otra persona y las calles se han tornado más estrechas. Pero, ¿y si sí existiera una manera de regresarsiempre a ellos? Basta con sentarnos alrededor de una mesa con la gente que más enciende nuestra llama. Los recuerdos no deberían anclarnos, deberían servirnos de impulso para formar otros. Para seguir buscando amores que enciendan nuestro interior. Inevitablemente, es verano: aunque los besos sean finitos, siguen resplandeciendo. Sigamos besando y comiendo, no se me ocurre mejor manera de celebrar que seguimos estando vivas. Quién saber si dentro de veinte años soñaremos con algo que probaremos por primera vez, precisamente, este mismo verano. 

Quizás sea una suerte que nunca hayas tenido un verano del amor, porque eso significa que aun te está esperando. Yo por mi parte, he tenido muchos. He besado a hombres de los que no recuerdo ni su cara ni su nombre, el año pasado fui a un concierto en Mallorca y acabé besando al cantante (no puedo decirte de quién se trataba, lo siento), solo diré que se jugaba la final del Mundial y ganó Argentina. Tuve mi primera cita Tinder de la que solo me llevé unas anginas horribles, un adonis vino a mi casa varias noches seguidas la última semana de agosto, cuando ya pensaba que todo iba a ser aburrido, y en una de mis citas acabé en urgencias por una urticaria en la piel. En un verano cabe un mundo, y resulta que este me pilla enamorada, sin mucho dinero en la cuenta, pero con morreos que me saben mejor que los pimientos rellenos.

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