
Las oficinas centrales de el Tipo Que. Foto: Habanero
Un día con El Tipo Que, firmado por Tiffany Boofies
Tiffany Boofies entrevista a El Tipo Que– 10/07/25
Tenemos nueva redactora en Habanero. Se llama Tiffany Boofies. En su primer artículo ha pasado un día con El Tipo, se coló en la famosa Torre Alcachofa y confirmó la existencia de las celdas del sótano. También se fueron a comer por ahí y El Tipo le contó un montón de cosas sobre su personalidad que a ella, por momentos le perturbaron, y otras veces, le parecieron genialidades.
Entré a trabajar en Habanero hace pocas semanas. Había terminado mis prácticas en Las Provincias, y empecé a repartir currículums como una loca. Estaba a punto de comenzar el verano, y era mal momento, pero tenía la esperanza de que con el resto de periodistas de vacaciones, alguien necesitara a una joven talentosa para cubrir noticias como «Hace mucho calor en Sevilla» o «La gente que corre para dejar primero las toallas en Benidorm».
Estaba dando el último repaso a mi texto sobre «los mejores salmorejos de la ciudad», cuando Ferran me llamó a su despacho. «No te lo pediría si tuviera otra opción», «Tenemos mucha fe en lo que haces», «Creemos que va a ser una experiencia interesante para ti»… fueron algunas de sus proclamas. Al parecer, para el próximo número, querían que los colaboradores pasáramos un día con alguien interesante, y sacáramos nuestro artículo de ahí. Obviamente a mí, por ser la última en llegar, me habían asignado la entrevista que nadie quería.
– ¿Por qué nadie quiere entevistarle?
– Bueno, no es alguien con quien puedas mantener una conversación normal, y gastronómicamente tiene opiniones muy controvertidas. O sea… ¿La Paca tiene un okey, y El Trinquet de Pelayo un no okey? De verdad, ¿quién puede tomarse eso en serio?
Así que aquí estoy. Son las 8:30 de la mañana. Estoy entrando por las enormes puertas del rascacielos acristalado en forma de alcachofa que, desde hace años, es el hogar de la persona con la que tengo que pasar un día entero. El hall es inmenso. Al fondo, junto a unos tornos de acceso, hay un mostrador de recepción en el que una croqueta de seguridad con gorra, está leyendo el MARCA.
– Perdone, tengo una cita con El Tipo que Nunca Cena en Casa.
– ¿Nombre?
– Tiffany Boofies, de Habanero. Vengo por una entrevista…
– Tome. Siga por ahí hasta los ascensores. Planta 42. Alguien la estará esperando arriba.
La croqueta deja sobre el mostrador una tarjeta en la que pone «VISITOR», y vuelve a su periódico con manifiesta indiferencia acerca de mí, y de lo que he ido a hacer. El ascensor sube rápido, está sonando una versión midi bossa nova de Amante bandido en el hilo musical. La verdad es que para lo alto y llamativo que es el edificio, y el sitio tan obvio en el que está situado, nunca había reparado en él. Es como cuando te preguntan de qué color es cada letra en el logo de Google. Lo ves todos los días y …

Meredith en el despacho del Tipo. Foto: Habanero
Cuando se abren las puertas de mi planta, hay una croqueta con moño, gafas y un Ipad esperándome.
– Buenos días, señorita Boofies. Soy Meredith, la asistente personal de El Tipo que Nunca Cena en Casa. ¿Ha encontrado el lugar sin problemas?
– Sí, gracias. Esto es impresionante.
– Los blogs gastronómicos son un negocio muy lucrativo. Acompáñeme, por favor.
Echamos a andar hacia un departamento de oficinas acristalado, en el que varias croquetas están tecleando frente a sus monitores. Es todo bastante minimalista, podría ser el decorado de una serie de abogados caros de Nueva York.
– Necesito que firme esto, es un consentimiento. Esto es una cláusula de cesión de datos, y esto una cédula de confidencialidad.
– ¿No puedo contar nada? He venido para escribir un artículo.
– No es sobre el artículo, es sobre los restaurantes a los que van a ir. Él es muy especial con eso.
Meredith se detiene de espaldas frente a una puerta doble de madera del tamaño de la entrada de un garaje.
– ¿Lista?
– Claro.
Sin soltar el Ipad, empuja la puerta con su trasero rebozado. La oficina es gigantesca. La pared del fondo es un ventanal desde el que se ve toda la ciudad, y sobre la chimenea hay un cuadro que parece una réplica del Guernika en el que aparecen varias alcachofas.
– Señor, está aquí la señorita Boofies de Habanero.
– Ah, genial ¿Tiffany, verdad? Adelante. ¿Un vermut?
Sobre el escritorio del despacho (no detrás, sobre el escritorio), hay un hombre de pie, de espaldas, sujetando un palo de golf, a punto de dar un golpe.
– Son las ocho y media.
– Bueno, ya es mediodía en alguna parte.
¡¡WHAPPPP!!
– ¡BOLA!
CRASHHH
– ¡HIJO DE PUTA!
El Tipo baja de la mesa, y me saluda con un apretón firme y una sonrisa. No me lo imaginaba así, para nada.

Obama conoce al Tipo. Foto: Habanero
– ¿Vamos?
Vuelvo a recorrer el mismo camino a la inversa. Las croquetas siguen trabajando a su rollo completamente ajenas a nosotros. Se ve que están acostumbradas a verle entrar y salir constantemente. Ya en el ascensor, veo que pulsa en botón de parking, e intento comenzar con una conversación ligera, para ir conociéndolo.
– Esto es altísimo ¿Todos los pisos están ocupados?
– Claro, aquí trabaja muchísima gente. Tenemos varios pisos de oficinas, marketing, I+D, legal… Yo vivo en las tres plantas superiores. También tenemos gimnasio y guardería para los empleados, y por supuesto, el sótano con el museo y la prisión.
– … ¿Prisión?
– Sí, tenemos una gastro prisión.
– ¿Qué es una gastro prisión?
– Bueno, ahí tenemos encerrada a gente que de alguna manera es un peligro para la gastro sociedad. Por ejemplo, la gente que dice «picsa», o cocineros que siguen metiéndole nata a la carbonara. Ah, y tenemos un ala especial para los peores hijos de puta de todos, que son los que ven que estás esperando un taxi en Fallas, y se ponen 20 metros por delante tuyo y lo paran ellos.
– ¿Y eso que tiene que ver con lo gastronómico?
– ¿Nunca te has preguntado de dónde sale el surimi? – me guiña un ojo – Tenemos un acuerdo con Krissia, y… Ah, mira, ya hemos llegado.
Las puertas del ascensor se abren en la planta del parking. A pocos metros nos espera una croqueta vestida de chofer, frente a un coche negro con las lunas tintadas.
– Wilbur.
– Señor.
– La señorita Boofies vendrá hoy con nosotros. ¿Viste al final The last of Us?
– Me faltan dos capítulos.
– Vas a flipar.
Durante el trayecto, ambos van comentando animadamente capítulos de series. Al parecer, Wilbur intenta recomendarle algo, pero él le echa en cara que hace tiempo le recomendó Vivarium , y aún no se ha recuperado de lo mierda que era. No piensa aceptar recomendaciones suyas hasta que no recupere la credibilidad.

El Gernika alcachofil. Foto: Habanero
10:00. Paseo por el Mercado Central con Harald de Noruega
La primera parada es en Ciudad de Brujas. El tipo se encuentra en la parte trasera del mercado con el monarca y sus diplomáticos. Le saluda chocando los conco, y con un «¿Qué pasa, pedazo de puto?». A mi entender, muy poco protocolario. Al poco, están dando un paseo entre los puestos del mercado. Harald parece interesado en la explicación de lo que es un figatell. Ambos brindan con cazalla. Mi anfitrión le explica también que una de las chicas de la frutería, se enrolló con un repartidor que estaba con la pescatera, al que luego además vieron en First Dates. Harald se lleva las manos a la boca y exclama algo en noruego.
13:00. Aperitif
Me lleva a un lugar a pocos metros de donde vamos a comer. No le gusta que la previa y la comida sean en el mismo sitio. Pide un vermut amargo. Durante un buen rato charlamos acerca de varias teorías inconexas, por ejemplo: «Una de cada cien mil personas es una estrella del rock, aunque no necesariamente sea músico». «El rockstarismo es una actitud, y por eso existe Óscar Puente». «Todas esas personas, procedían de la misma molécula en el big bang». Durante esa hora, recibe una llamada de Meredith, que le informa de que su equipo de seguridad ha interceptado un paquete con una mierda. Nadie se ha atribuido la autoría, pero El Tipo mueve la cabeza y murmura entre dientes: «Son de Quique. Sieeempre son de Quique».
14:00. Comida en un restaurante que no revelaré
Le proponen sentarnos en una terraza. Rechaza. Prefiere barra.
– En la barra la gente es más real. En las mesas se comportan, y eso me aburre.
Pide tres platos para compartir conmigo, sin consultarme. Uno es un tartar de lubina con mango («demasiado mango»), otro un canelón de rabo de toro («bien la idea, mal la bechamel») y finalmente, un plato de alcachofas con jamón y un huevo pochado. Lo mira, lo prueba, y luego lo puntúa en una libreta con un sistema que no entiendo: dos líneas, un punto y lo que parece un dibujo de una croqueta llorando. Habla atropellándose, cambia rápido de tema. No hace pausas dramáticas. Hace pausas porque a veces mastica ideas. O pan.
«Una de cada cien mil personas es una estrella del rock, aunque no necesariamente sea músico. El rockstarismo es una actitud, y por eso existe Óscar Puente«
La conversación fluye bastante. Frecuentemente me hace preguntas personales, como si fuera él quien me entrevista a mí («¿Cuál es tu restaurante favorito?», «¿Qué tal es currar en Habanero?»), pero tengo que intentar reconducirlo para sacar algo más jugoso que me sirva.
– ¿Cómo lleva lo de que le escriba gente ofendida?
– Pfff…Bueno. Me la suda bastante, la verdad.
– ¿Y eso?
– Pues porque que estés ofendido no significa que tengas razón. Hay gente a la que le ofende el feminismo, o que digan que la Tierra es redonda, o que nos vacunaran en pandemia. La ofensa es un sentimiento propio, como la tristeza, y cada uno debería gestionarse el suyo.
– ¿Y cree que esa gente no lo hace?
– Es que hay un sector maravilloso de la población, que opina que Sálvame no debería existir, porque no les gusta. Yo creo que si algo no te gusta, tienes que dejar de consumirlo, y si finalmente mucha gente piensa igual y no lo consume, desaparecerá. Con mi blog pasa lo mismo. Yo genero un contenido gratuito, al que tú accedes voluntariamente, haciendo si no me equivoco, un mínimo de dos clics. Una vez te lo lees, resulta que algo de lo que he escrito te ofende, o no te gusta, y decides hacérmelo saber. ¿Por qué? ¿ Le escribirías a Isabel Coixet diciendo «tu película me ha puesto triste, no deberías hacer más»? Creo que el Hubble no ha atisbado aún el punto del espacio hasta el que me la suda la gente que se ofende con… En fin, yo que sé. ¿Postre?
17:00. Clase en la facultad de hostelería
El Tipo saluda a los estudiantes y se sienta en el borde de la encimera, como si fuera un profesor de Filosofía que intenta ser cool. Reconozco que me descoloca, porque a veces incluso parece que sabe de lo que habla. De repente está disertando profundísimamente sobre algo, soltando frases que podrían ir en un libro, como: «Todo el mundo quiere hacer cocina de autor, pero si un autor no ha leído a nadie, solo escribe tonterías». Sin embargo, luego saca un calcetín con dos botones y se lo pone en la mano a modo de marioneta. Tras hora y media, le suena una alarma en su móvil y se despide con un «bueno, xics, me voy que tengo cena».
21:00. Cena en otro local que tampoco revelaré
Tras un breve paso por la Torre Alcachofa para darse una ducha y arreglarse, le acompaño a su cita. Ha quedado a las 19:30 horas con varios colegas, de nuevo en una terraza cercana al lugar en el que va a cenar. Siempre que tiene un artículo en mente, tira de una base de datos coleguil, que comprende a gente con la que ha ido al colegio, músicos con los que a veces toca, parejas que han conseguido enchufar a sus hijos, y demás gente juguetona dispuesta a cenar entre semana. Uno de sus colegas cuenta que su hija no le deja dormir, y el otro que está pensando seriamente en ponerse pelo, o matar a su jefe, una de dos. Él le propone ponerse pelo, dejarlo crecer mucho, y usarlo para ahorcar a su jefe. Así no tiene que renunciar a nada.
La cena transcurre normal (chequeo de carta, apuntes en libreta, cata de platos…), y después, me acompaña hasta una esquina en la que su chófer nos está esperando con el coche.
– ¿Sabes qué? Estoy cerca, me voy a ir dando una vuelta. Dile a Wilbur tu dirección, y que te acerque él. Un placer conocerte, Tiffany.
– El placer ha sido mío, toda una experiencia. ¿Puedo contar lo de la batalla con los ninjas?
– Preferiría que no. Las relaciones con Japón son tensas desde una movida que pasó en el libro de Vicent Marco. Nos vemos.
– Hasta otra.

Wilbur, el mayordomo, chófer, confidente del Tipo. Foto: Habanero
Tras despedirnos, releo los apuntes que he ido tomando, y escucho algunas de las grabaciones de mi móvil en el asiento de atrás del coche. He conseguido buen material.
– ¿Ha tenido un buen día, señorita Boofies?
– Sí, creo que sí. Ya tengo todo lo que necesito. Oye, Wilbur ¿Puedo hacerte una pregunta?
– Por supuesto.
– ¿Qué tal es trabajar con él a diario?
– Bueno, el seguro médico es genial, y tenemos todo julio y agosto libres.
– Ya pero… O sea… Vosotros pasáis mucho tiempo juntos. ¿Dirías que le conoces? Yo creo que no he terminado de cogerle el punto. Es como… ¿Es siempre así?
– Mire, yo he sido chófer de tres Tipos que Nunca Cenan en Casa, y déjeme decirle algo, una persona del todo normal no puede hacer ese trabajo. Estoy seguro. ¿Sabía que el anterior a este fue Vázquez Montalbán? Era otra época y no había redes, cierto. La forma de hacer las cosas era muy distinta, pero también era un tío particular. Siempre lo son. Tienen personalidades exageradas y adictivas. El mejor restaurante siempre va a ser el siguiente, y luego el siguiente… Se pasan la vida persiguiendo el subidón del Tope de Okey. Ahora bien, ¿sabe la impresión que me da este? Creo que lo diferente es que… En su caso no se trata solo de las cenas.
– ¿No?
– Realmente no. Realmente creo que se encontró por casualidad con todo esto, y lo surfea como puede, pero apostaría a que le importa más lo social, la interacción, el contacto con la gente… Nunca hemos hablado de eso, pero estoy seguro de que hace tiempo que los Okeys le dan igual. Sigue cenando por ahí como excusa para mantener contacto con sus colegas.
– ¿Sabe si piensa retirarse?
– No creo, señorita. No puede. Ser El Tipo que Nunca Cena en Casa es un cargo vitalicio, como el de Papa. ¿Este es su portal?
– Sí, Wilbur, gracias.
Esa noche, mientras busco en el Spotify de mi ordenador lo último de Miguel Bosé, pienso… ¿Es posible que sea así? ¿Es solo algo social? ¿O es posible que El Tipo no cene en casa porque afuera, entre la gente y el ruido, sigue buscando algo que no ha encontrado aún?
Quizá por eso escribe.
Quizá por eso come.
Quizá por eso lo seguimos leyendo.
Goza de amplio aparcamiento.