Foto: Mikel Ponce

GASTRONOMÍA – EL CHEF INFILTRADO

Un servicio de cinco mesas

Chef Infiltrado – 19/06/25

Un cocinero bajo pseudónimo se cuela en cada edición de Habanero para confesar aquello que jamás diría con la chaquetilla puesta

Se abre la puerta, y con ella, arranca el servicio. 

Primera mesa, una de esas que te hacen reconciliarte con la raza humana. Agradables, educados y respetuosos. De esas parejas que son tan afines que con los años acaban pareciéndose físicamente. Dudas hasta de que puedan ser hermanos, pero no: claramente son la media naranja que les correspondía encontrar. Pasan desapercibidos, pero disfrutas atendiéndoles y al irse, te quedas con la curiosidad de saber más de su vida.

En la mesa de al lado, una mesa de cuatro, matrimonio heterosexual de corte conservador. Ellos, particularmente el de la camisa azul, es de los que piensa que en la hostelería no puede haber gente preparada, culta, formada, no sólo para el sector, sino para la vida en general. Es clasista y confunde el servicio con servidumbre. Mientras te escucha explicar los platos, te mira de reojillo, incrédulo de que seas capaz de expresarte con propiedad y atento a tu retórica, para encontrar algún error que reafirme su teoría. ¡Cómo me lo paso usando todo tipo de «palabros» en esas mesas! Las mujeres de este tipo de clientes, además de clasistas, acompañan su discurso de tintes machistas, de ese machismo que de mujer a mujer me deja perpleja.

La pareja joven de la mesa tres lleva, desde que ha llegado, sin dirigirse la palabra. Cada uno con su móvil, amenizan la cena fotografiando su «instagrameable» velada, que a los ojos de sus «mejores amigos» será envidiable, pero que en el fondo, esconde una relación sin poso, hueca, sin contenido. Un fiel reflejo del mal que el abuso de la tecnología y la adicción al like están provocando. Mientras abro su botella de vino, un Ribera del Duero, de entrada rico, pero fácil, sin riesgos, no sea que me ponga creativa y me lo beba yo, oigo una carcajada femenina a mis espaldas.

Es sensual, casi excitada, de las que incluso ruborizan. Han llegado hace un rato y están tomando un aperitivo mientras le echan un vistazo a la carta de vinos. Ella se ríe recordando una anécdota que ocurrió en una fiesta el otro día, pero que no he alcanzado a escuchar. Es una pareja eléctrica, de esas que, aunque lleve 20 años juntos, desprende alta tensión. Su mirada brilla. Digamos que son guapos, pero además, ellos lo saben.

El chico de la mesa tres ha ido al baño ya dos veces. Es viernes, y el cuerpo lo sabe. Me pregunto si ella también lo sabe, lo aprueba o lo comparte. Absorta en sus fotos y filtros, tiene más pinta de aceptar con resignación una realidad que quizás pueda resumirse con un: «Es lo que hay. Si te gusta, bien, y si no, ya sabes».

«Mientras te escucha explicar los platos, te mira de reojillo, incrédulo de que seas capaz de expresarte con propiedad. Es de los que piensa que en la hostelería no puede haber gente preparada, culta«

La mesa cinco acaba de llegar, estaba programada para las 21 horas, pero Google Maps les ha mareado un poco. y es la primera vez que están por la zona. Amigos, alguna pareja, no los termino de leer aún, pero a ella ya la he calado. No tiene problemas en compartirlo todo, aunque hay varios platos de la carta que no le gustan. «Por mí no dejéis de pedirlo», dice. De beber, de momento agua; no va a beber vino porque con lo que ha bebido al mediodía ya está servida. Luego pedirá una copa para probarlo, aunque no va a pelear si en la cuenta no la tienen en cuenta para dividir el precio. Todo, con tal de no molestar, pero dando por culo de principio a fin. ¡Qué hastío me produce ese tipo de gente! El sí, pero no, siempre con algo que apuntillar.

Es raro el día en el que no viene algún cliente habitual, caras familiares de las que recuerdo el nombre y, si ejercito la memoria visual, hasta el vino que bebieron la última vez. Los de la mesa seis podrían calificarse de amigos a estas alturas. Muchos años viniendo, alguna quedada fuera del restaurante… Y es que lo siguiente al cliente agradable y respetuoso es el que tiene, como tú, ganas de conocerte más allá. 

¡Qué difícil, pero qué gratificante, es hacer amigos en edad adulta! Amigos que no vienen de serie, con los que no has crecido y con los que a lo mejor nunca te habrías cruzado, pero con los que encajas muy orgánicamente. Os une el placer de la buena mesa y de una buena conversación. Quizás nunca conozcan todas tus batallitas, pero están ahí. Se posan en tu vida para seguir completándola.

Estoy poniendo el último lavavajillas, solamente queda la mesa cuatro por irse. Después de la primera botella de vino, cayó la segunda. No parece incomodarles mi presencia mientras se besan acaloradamente. Aprovecharé para mandar dos mails y darles un margen, a ver si piden la cuenta. Paseo por aquí, paseo por allá, abrir y cerrar cajones, fingiendo que estás haciendo algo, como si la cosa no fuera contigo, o el cerrar no dependiera de que ellos se vayan. Unos mails más tarde, cartas de mañana acuñadas y servilletas dobladas al milímetro, piden la cuenta. Se cierra la puerta, y con ella, termina el servicio.

El chef infiltrado

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