
Rodolfos a precio de Gamba Roja. Foto: Mikel Ponce
GASTRONOMÍA – MI OPINIÓN, NO ES LA BUENA
Comer en la playa, peligro
Encuinarte – 08/05/25
Hoy hablamos de nuestro bien más preciado, la playa de los valencianos, solo que analizada desde el punto de vista gastronómico. ¿Es posible comer bien en restaurantes donde existe la carta en cinco idiomas? ¿Y barato? No nos pongamos tan exquisitos: disfrutemos de un buen paseo mediterráneo
La distancia que separa el edificio de Veles e Vents del Camping Club de Alboraya es, exactamente, de cuatro kilómetros. Estamos ante un recorrido lo suficientemente amplio y agradable como para disfrutar, casi en su totalidad, de un paseo con los pies descalzos sobre la arena y las mejores vistas al Mar Mediterráneo. ¿Pero qué pasa cuando la gusilla empieza a hacer acto de presencia? Pues que ahí la cosa ya no pinta tan idílica… Y no te hablo de buscar un sitio decente donde tomarte una buena paella con vistas al mar- noooo, no te hablo de imposibles-, sino simplemente de comer, sea lo que sea, pero bien, sin pagar la turistada, ni salir cabreado.
Cuando preguntamos por un restaurante para comer en la zona de playa de Valencia, Casa Carmela es la opción más recomendada. Hablamos de una arrocería con más de cien años de historia y que, generación tras generación, ha sabido mantener el nivel. Podrá tener algún día malo, como todos, pero cuando Toni Novo is in da haus, la nota rara vez baja del notable. De todos modos, Carmela no está en la playa como tal, ni es ese sitio en el que estés comiendo con vistas a la orilla, incluyendo en esta ecuación a los machacas de gimnasio que se prodigan por el Paseo Maritímo, sin camiseta, para exhibir desde bien cerca los tres grupos musculares con los que cuenta el Hombre de Vitruvio del Siglo XXI. Este tipo de Homo Sapiens está más en el tramo de la Playa de Las Arenas.
A continuación, nos disponemos a segmentar en hasta tres partes la fauna gastronómica de la primera línea de costa de Valencia -que no de playa, ya que playas hay varias en estos cuatro kilómetros-. Curiosamente, podemos trazar divisiones que no solo atienden al estilo culinario, sino también al perfil de comensal, y es así como arrancamos cerca de la dársena más discotequera.
TRAMO 1: mascachapas y familias
En la zona meridional del Paseo Marítimo se prodigan sitios BIC como Marina Beach Club, El Camarote de la Marina o Vivir sin Dormir, y por ende, los Hombres de Vitruvio. Paradójicamente, estos se mezclan con las arrocerías de toda la vida; las que siempre han sido una referencia y a las que todos hemos ido a comer con la familia. Eran sitios muy buenos, de obligada visita. Pero estamos hablando de cuando en La Pepica estaba Pepica, de cuando La Marcelina no te recalentaba el arroz minutos antes de sacarlo a la mesa o de cuando en La Rosa no venía el cocinero directamente a la mesa a decirte -ojo con esta-: «¿Señores, les importaría servirse el arroz en el plato, que estamos sin paellas en cocina?» True Story. Quise cortar la flor, más tierna del rosal pensando que de amor…
Eran tiempos en los que el servicio constituía un motivo para ir, en los que te recibían como un miembro más del equipo y en los que la profesionalidad resultaba acorde a lo esperado, pese al overbooking del restaurante. Ahora, sin embargo, no falla el día en el que algún RRPP que no pasa de los veinte, y que sería incapaz de diferenciar entre una fideuá de marisco o un arroz del senyoret, se abalanza literalmente sobre ti para ofrecerte degustar «la verdadera gastronomía valenciana». Esa que siempre se marida con una buena jarra de tinto de verano Don Simón. Por último, en este tramo, y como no podía ser de otra manera no falta el tradicional BurriKing ni la tienda de la vaca, esa que siempre te anuncia estar en una zona de (des)interés turístico nacional.
Opción recomendada del tramo 1: Tomarte un helado en la Jijonenca

Hola chicos, ¿para comer? Foto: Encuinarte
TRAMO 2: guiris somos todos
El siguiente tramo, el de la Playa de la Malvarrosa, goza de una extensión mayor que la Playa de las Arenas, pero curiosamente, su oferta gastronómica es menor. Digamos que los locales de este segmento presumen de la ubicación soñada por todo negocio de restauración. Son los más cercanos a la arena, con amplias terrazas, y completamente aislados de la competencia. Sin embargo, uno de los restaurantes peor valorados de Valencia -aunque se llame Zaragoza- está aquí. De hecho, se comenta que fue en él, o en uno de sus congéneres, donde Miguel de Cervantes, en el año 1613, acuñó la expresión «hacer el agosto» en su libro La Gitanilla. Lo hizo al poco de pedir la cuenta y pagar casi veinte pavos por una cerveza y unas bravas congeladas de dudosa calidad.
Aquí saben perfectamente que no vas a volver, así que les da absolutamente igual tu experiencia. Viven del volumen, y no de la fidelidad. Por ende, no importa que lleves media vida viviendo en pleno Cabanyal-Canyamelar, o que te sacaras el Mitjà con la gorra. A este tramo de la playa hay que llegar advertido, y saber a lo que se viene. Pese a los topicazos, mejor mimetizarse, ya no con el término turista, sino con el de guiri. Unas chanclas -hoy en día, unas Crocs también valen- con calcetines, bermudas y una camiseta de tirantes, que diga «I love (la ciudad que te apetezca)» son requisitos indispensables, no sólo para que al camarero de turno le empiecen a brillar los ojos conforme te aproximas, sino para que tu enfado sea menor cuando te largues del restaurante en cuestión.
Porque tú ya sabías a lo que venías. No pain, no gain.
Opción recomendada del tramo 2: Desayunar en el nuevo Módulo 14

Aquí, haciendo el agosto. Foto: Encuinarte
TRAMO 3: mucho engagement, algún reducto
El tercer y último tramo es, sin duda, el más tranquilo de todos. Ya no estamos en Valencia como tal, sino en el término municipal de Alboraya, donde encontramos la Playa de la Patacona. El hecho de que sea más complicado acceder en transporte público tal vez repercuta en una zona algo más interesante. ¿Se come bien? Pues a ver… podríamos decir que se come algo mejor, pero sin olvidar donde estamos. Por ejemplo, en uno de los pocos sitios que hay para desayunar, que además es súper cuqui e ideal para ganar Instafollowes con tus «fotis», te soplan casi diez euros por un zumo de naranja, una tostada de tomate y un café. Eso, siempre y cuando consigas sitio, porque reservan hasta para desayunar y con limitación de la duración en la mesa. Aquí Cervantes pasó de ir, era muy de ayuno intermitente el hombre, pero se rumorea que fue en esta cafetería donde Enrique Bunbury escribió su famoso tema Sácame de aquí, mientras disfrutaba de su porridge de avena.
Para comer, no es recomendable el mastodonte con Chiqui Park de La Ferradura. En cuanto a Mimar, podríamos decir que nació con las mejores intenciones, estuvo un tiempo siendo un buen sitio y al final… pues una pena. Lo bueno es que parece que será justo aquí donde Toni Novo, junto al empresario hostelero José Miralles, que es otro de los que más ha hecho por la zona marinera, abrirá un nuevo -redoble de tambores- ¡Casa Carmela! ¿Curioso? No lo creo, y es que por mucho que pasen los años, a la pregunta «¿dónde comer bien en la playa?», siempre le acompaña la misma respuesta.
Opción recomendada del tramo 3: Beber vino en Tintorera

Los carteles con fotos de paella. Alerta. Foto: Encuinarte
Como anunciábamos al principio del artículo, en estos cuatro kilómetros de distancia junto al mar, hay 50 restaurantes contados. Lamentablemente, se podría asegurar que, a fecha de hoy, más que un paraíso parece un desierto gastronómico.
O lo que es lo mismo, Las Ramblas, pero en Valencia.