Así es el miedo de Andrea. Foto: Habanero
Un paseo por el miedo
Andrea Savall – 30/10/25
Llegan Todos los Santos y Halloween; son días de muertos y de brujas. Como los miedos afloran, aprovechamos para desgranar qué nos aterra a los corrientes mortales en el día a día, igualmente sobrenatural
Si pienso en el miedo, lo primero que me viene a la cabeza es el calor que se siente debajo de una sábana en verano, cubriéndote hasta el cuello. Las noches en las que me armaba de valor para ir corriendo a la habitación de mi hermana pequeña. O aquellas en las que no podía moverme y pasaba las horas en vela, imaginando toda clase de invasiones en mi casa, o la aparición de espíritus peligrosos. Siempre he pensado que el miedo viene de la imaginación, pero nunca he podido dejar de preguntarme si eso es cierto. Con los años, he ido observando que, según el grado de seguridad que tenga en mí misma, el miedo aflora más o menos. También me he dado cuenta de que el miedo está muy ligado a la sensibilidad, y que las personas capaces de mostrarlo somos, en realidad, las más valientes. Sencillamente, porque podemos mirar de frente a nuestro propio dolor.
Javier Aznar, el escritor detrás del pódcast El hotel Jorge Juan, estaba de acuerdo conmigo. Cuando le pregunté si el miedo le ha dado otro tipo de valentía, me respondió: «Las personas más valientes que conozco tienen mucho miedo. Porque la valentía, a mi juicio, no es la ausencia de miedo, sino precisamente la acción pese al miedo (en ocasiones, enorme). Por eso se les llama valientes y no inconscientes. Me gusta también el hecho de que la valentía no venga de serie. Que a veces sea algo sobrevenido. Que te puedas sorprender a ti mismo según la situación». Porque cuántas veces hemos sido más valientes de lo que incluso imaginábamos. Después de escucharle decir eso, me reconfortó saber que alguien a quien admiro comparte mi visión, y me alegré de haber hecho caso a mi intuición al preguntarle sobre el tema a las personas correctas.
La niña de The Ring que acompañó a Andrea durante 300 noches. Foto: THE RING, Daveigh Chase, 2002, (c)
Las películas de miedo entraron en mi vida durante la adolescencia. La niña de The Ring me acompañó trescientas una noches, e incluso alguna vez me pareció verle la cara al fijarme en algún autobús atiborrado de gente. Sabía que me sentaban fatal, porque luego las pesadillas se me pegaban a la piel, pero a los trece13 si los viernes no veías películas de miedo con tus amigas, no eras nadie. Ya en mi vida adulta, una de las cosas que más miedo me dan es la violencia y el futuro incierto. A veces es necesario salir del mar pegajoso de nuestras cabezas. Conocer otras realidades y compartir con los demás siempre ha sido mi faro cuando no sé las respuestas. Hablar ha sido una de las herramientas con las que siempre he conseguido acabar con miedos, o conocerlos en profundidad, que al fin y al cabo es lo mismo. Pero esta es mi reflexión, vamos con las de otros.
Pienso en Jesús Terrés a raíz de su última publicación con la editorial Destino, Vivir sin miedo. Un libro basado en muchas de sus cartas bajo el paraguas de Nada importa, su cuenta en Substack. Jesús me parece una persona sensible, que se expone con coraje, y quiero saber si detrás de esa sensibilidad hay miedo. Al hablar con él, me doy cuenta de que tiene el miedo muy bien colocado. Me parece un hombre listo, y por eso mismo le pregunté si piensa que el miedo está relacionado con la sensibilidad: «Diría que sí. La primera carta de mi newsletter Nada importa se titulaba precisamente así: Tengo miedo. Por ahí aparecía Antonio Vega, que era todo sensibilidad (y miedo, seguro). El miedo sin forma, que da un canguelo de cojones porque no lo ves: pero está. Que no huele ni pesa, pero está'». Jesús tiene la bondad de reconocerme que no se considera una persona miedosa y me deja pensando, después de lanzarme una de esas frases que no se van: «Lo curioso —lo más curioso que he aprendido— es que lo que más miedo me da de la vida es no vivirla. Las cicatrices por vivirla las veo bien. Las otras no».
Ni Jesús ni Javier dicen haber sido niños miedosos. Al contrario que Pamela.
Pamela Díaz Escalante es una pintora nacida en Perú, que hace poco se mudó a Valencia. Nunca sabes a quién puede conocer la mujer de pelo lacio, oscuro y brillante. Es impresionante cómo, cada vez que hablas con ella, te sorprende con algo. Una de esas personas que parecen flores, que te van mostrando sus pétalos de uno en uno. «De niña era extremadamente temerosa; después de ver alguna película de terror, dormir con la luz apagada se volvía un reto. Pero creo que esos primeros miedos me entrenaron, de alguna manera, para observar cómo enfrentarlos y transformarlos». Y es que si alguien sabe de transformación, esa es ella. Sus cuadros significan lo mismo: transformación y comprensión del mundo. Para ella, crear es evolucionar, no necesariamente de una forma lineal, pero sí cada vez más en sintonía con su propia verdad.
Tirarse de cabeza al mar. Foto: Habanero
Me sorprenden los tres al decirme que ahora no se consideran miedosos. Me hacen preguntarme por qué yo sí sigo diciéndome a mí misma que lo soy. De mis entrevistados, Javier es el que más se moja calificándose como prudente: «Me dan miedo algunas cosas pequeñas: arañas y aneurismas. Y luego otras más mentales, como hablar en público, la pérdida de perspectiva sobre lo que hago, o no poder estar a la altura de los hijos que todavía no tengo». También me habla de sus miedos más irracionales: «Tirarme de cabeza en el mar o en una piscina y quedarme muñeco es algo que tengo demasiado presente cuando me baño».
Esto último me hace pensar en el miedo físico. En el miedo al dolor. Muy al hilo con el miedo a la propia muerte: el miedo más universal. Durante mucho tiempo, en los bares me dio por preguntar si a la gente le daba más miedo su propia muerte o la ajena. Aún me sigue sorprendiendo la cantidad de personas que dicen temer la ajena más que la propia. ¿De verdad lo han pensado bien? Es como no temer a un viaje eterno del que se carece de información sobre el destino. Por lo menos, si alguien se va antes, quizás nos pueda mandar alguna pista desde el más allá. Aunque, a riesgo de que me tachéis de fría o de inconsciente por no haber pensado de verdad —quizás mi mente lo esté bloqueando— en lo que es perder a un ser querido, las palabras de Pamela me hacen pensar en la muerte que más temo. Valga decir, porque objetivamente —eliminando accidentes desafortunados— será la más próxima en años: la de mi perro Penca.
«Quedarte solo con lo que te regaló, y no con la ausencia»
Cuando conocí a Pamela, su perrita Maki había muerto apenas un par de meses atrás, y al preguntarle por su mayor miedo, me dijo esto: «Mi mayor miedo ya se cumplió. Hace poco perdí a mi perra, que estuvo conmigo toda la vida, y murió en mis brazos de forma abrupta. Este dolor es devastador, porque siempre había temido ese momento. Hoy estoy atravesando el proceso de sanar esa herida, aprendiendo a quedarme con lo que me regaló, y no con la ausencia».
Un zoom a una araña, para que entendáis el miedo de Pamela. Foto: Habanero
Aproveché mi última sesión de terapia, después de un mes sin ir, para preguntar sobre el miedo. ¿Para qué sirve? Jesús Terrés me dijo que pensaba que, si alguien no tenía ningún miedo, estaba totalmente tarado. Lo confirmé con mi terapeuta. Con sus ojos azules y empáticos, me explicó que el miedo protege y sostiene. Te obliga a pausarte para entender bien por dónde quieres ir. Analizar las decisiones, sin ninguna certeza de no equivocarte, pero sí ayudándote a sujetarte de las caídas. El miedo es el umbral del cambio. Me remito al principio de esta reflexión, en la que me llamaba la atención que el miedo afloraba en mí según la seguridad que tuviera conmigo misma. Y es que, si no volviera a aparecer el miedo de vez en cuándo, ¿avanzaríamos en nuestras vidas?
Quizás el miedo sea todo lo contrario a lo que parece: nos paraliza para que haya movimiento. Para vencerlo una y otra vez, y cada vez ser más fuertes y más sabios. Me gustaría verlo a partir de ahora como a un faro que me diga: «Mira tú, por ahí todavía tienes explorar, puede que si rebuscas bien, encuentres algún diamante brillante».